Todavía, sesenta años más tarde de la advertencia, recuerdo el consejo de un singular amigo del bachillerato: “En la vida hay que ser pragmático, Carlitos, porque de lo contrario podrías sufrir mucho más de lo habitual”. Basta recordar aquello de “Chaval, hay que ser práctico”, para colegir que “La ocasión la pinta calva”, aunque haya que “agarrarla por los pelos”.

La enorme diferencia entre la praxis de la que hablaba Karl Marx y el pragmatismo, cuyas bases filosóficas llegaron desde EEUU, es la misma que existe entre aquello que impulsa al ser humano a razonar, colocando la ética por encima de los intereses materiales, y lo que defienden los pragmatistas: la utilidad, como base del éxito.

En mis años de adolescencia, mantenía con relativa dificultad una innata compasión por los más débiles, acaso impelido por escenas en las que el sacrificio, la camaradería, la bondad y la lucha por un mundo más justo, precisamente porque a mi alrededor reinaba la hipocresía más ramplona.

Comprendí la sutil jugada de quienes (excepto nombres puntuales) se dedicaban a filmar películas sobre héroes históricos,  westerns o cine negro, en los que el bueno indefectiblemente mandaba al malo al infierno, porque era  más rápido con el revólver, más guapo y su caballo galopaba que era un delirio.

Pero en el mundo de los vivos, sucedía y sucede, en pleno siglo XXI, todo lo contrario. Los malos siguen matando vestidos de militares, de presidentes, de ministros, o de alienados que asesinan a tiros en supermercados y universidades, porque el Gran Sheriff, en nombre de una presunta libertad, mantiene intactas las leyes que protegen la tenencia de armas. Hay que cuidar esa industria, oiga.

Decenas de realizadores, premiados a lo largo de su existencia por exhibir tales patrañas, sabían que aquello que contaban en imágenes despertaría buenas vibraciones, pero en Hollywood había que escudarse (como en la literatura o la música) en lo práctico que resultaba obedecer al productor o agente artístico de turno, incluso si querían romperle el culo, con todo cariño, a todas las bellezas masculinas de Hollywood, como solían hacer David Geffen, Ray Stark, Calvin Klein, Aaron Spelling, Steve Tisch o Barry Diller, pero las violaciones masculinas no se acostumbran a denunciar.

En el largo trecho que media entre la juventud y la madurez, comprobé que toda esa maquinaria teatral no era sino una sibilina pirámide construida para mayor gloria de un imperio que cometía, desde finales del siglo XVIII, toda suerte de genocidios.

Desde entonces, la Camorra Mediática lanza falsas noticias sobre gobiernos y gentes que abominan del pensamiento neoliberal (tan peligroso o más que el nazi-fascismo) rechazando la tentación de lo práctico, cuando lo suyo es aceptar la mentira como paso ineludible para percibir un salario en cualquier TV, radio o periódico, de papel o digital, en la red de redes o en las sociales. Todo vale.

Por ello no dejo de admirar a Michael Moore, aunque resulte tan pragmático como cualquier hijo de vecino demócrata, cuando pidió el voto para la xenófoba Hillary Clinton.

Pese a ese imperdonable desliz, el de Michigan continúa produciendo espléndidos documentales, en los que retrata a la sociedad estadounidense, de arriba a abajo, dejando lo práctico en un bolsillo, aunque precise de publicidad en las cadenas de televisión.

Dar la cara no está de moda. Se prefiere la otra faz de la moneda. Esa que pone en marcha la pragmática parda, para seguir viviendo con comodidad dentro de las plataformas mediáticas.

La gramática parda sigue siendo divertida. La pragmática resulta despreciable… pero permite vivir sin grandes problemas económicos. Elija usted la que más le convenga.



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