miércoles, 21 de abril de 2021

¿Cuándo terminó la Guerra Fría? II














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¿Cuándo terminó la Guerra Fría? II

Vladimir Acosta

Abril 20, 2021

He dicho otras veces que nuestra humanidad, y no solo sus miembros más jóvenes, tiende a vivir no solamente en el mundo de la imagen, sino en el de lo inmediato, y que su tendencia a leer es cada vez más reducida.

Es que el actual poder mundial, sus mentirosos medios, sus portales y sus redes se empeñan además, mezclando y banalizando todo, en hacer que de las informaciones que buscamos en ellos o ellas nos quede siempre poco, todo revuelto, y que así nuestra memoria ya confusa se nos vuelva más corta, volátil e insegura.

Por eso quizá no esté de más, al continuar la revisión crítica de la Guerra Fría iniciada en el artículo anterior, hacer, no un inútil resumen suyo, pero sí la mera enunciación de sus hechos principales, seguramente hoy confusos u olvidados.

En 1947 Estados Unidos crea la CIA y en 1949 reúne a casi toda Europa bajo su mando y crea la OTAN para enfrentar a Rusia.

Entre 1950 y 1953 tiene lugar la guerra de Corea, y desde 1962 hasta 1975, la de Vietnam.

Los crímenes de Estados Unidos en ambas rebasan todo límite.

Entretanto, en 1965, con apoyo de la CIA, militares derechistas indonesios, tras un confuso golpe, masacran a un millón de “comunistas”.

Sí, a un millón.

A nosotros en América Latina, como patio trasero del Imperio, nos tocó esto: Estados Unidos da golpes de estado, empieza a imponernos bases militares y nuevas dictaduras, crea la Escuela de las Américas en 1946 , el TIAR en 1947 y la servil OEA en 1948.

Tras la sorpresa de Cuba, en la que triunfa la revolución en 1959, aprieta más las tuercas. Los cubanos derrotan su invasión a Cuba en 1961 y piden a Rusia instalar en la isla bases de misiles como protección.

La seria amenaza de un choque nuclear entre Estados Unidos y  Rusia, que mantuvo paralizado al mundo, se resuelve con un acuerdo: Rusia se lleva sus misiles y Estados Unidos se compromete a no invadir a Cuba, aunque sigue en guerra contra ella contando con la OEA, su ministerio de colonias.

En 1964 promueve el golpe de estado de los militares derechistas brasileños.

En 1965 invade República Dominicana.

En 1973 dirige en Chile el sangriento golpe de estado que derriba el gobierno de Allende y monta la dictadura fascista de Pinochet.

En 1976 promueve el golpe de estado y la dictadura asesina de los militares argentinos.

 Y en esos años 70 organiza el Plan Cóndor en el Cono Sur, para matar y desaparecer en cualquier país a cualquiera al que considerase sospechoso de ser de izquierda.

Y eso era solo Guerra Fría, no caliente.

En las décadas que siguen hay avances y retrocesos.

La Guerra se enfría y se calienta.

Nixon reconoce a China.

Carter anuncia que todo cambio en el Medio oriente petrolero que Estados Unidos domina causaría una respuesta nuclear suya.

Y en los 80 empieza al fin a vislumbrarse un probable fin de la Guerra.

Reagan es presidente por dos períodos.

En el primero domina su furibundo anticomunismo y declara que la sola existencia de la Unión Soviética (o sea, de Rusia) es una provocación para Estados Unidos.

Pero en el segundo se dice amigo de la Rusia soviética y declara que hay que acabar la Guerra Fría.

Reagan no ha cambiado.

Es en Rusia donde se encuentra la clave de este cambio.

Al fin, con Mikhaíl Gorbachov como nuevo líder, Rusia intenta tardíamente salir de su envejecido letargo burocrático.

Pero el plan reformista de Gorbachov que, en busca de la paz mundial hace todo tipo de concesiones al Imperio, termina golpeando las bases del sistema socialista ruso y desatando fuerzas incontrolables que pronto apuntan a la liberación de sus países dependientes, al restablecimiento interno del capitalismo más salvaje, y a la disolución misma de la Unión Soviética.

Reagan embolata al ingenuo Gorbachov, de quien se dice amigo.

Mientras tanto, Estados Unidos y Occidente, complacidos, ayudan a acentuar ese proceso hasta que Gorbachov, ya sin apoyo interno, debe abandonar el poder en medio de una crisis imparable, y el caos más absoluto se hace dueño de Rusia.

Momentos claves: 1989, comienza el derrumbe y cae el muro de Berlín.

1990, los países llamados “satélites” se independizan de Rusia y pasan a control de Estados Unidos.

 1991, la URSS se derrumba y se desintegra.

 Las ex repúblicas soviéticas se declaran capitalistas e independientes.

Gorbachov disuelve el Pacto de Varsovia pero Estados Unidos, que declara terminada la Guerra Fría, no solo mantiene la OTAN sino que la fortalece, la expande hacia el este y empieza a rodear a Rusia incorporando a los ex “satélites” rusos que ahora son satélites suyos, pero a los que se llama países libres y soberanos.

¿Y la Guerra Fría?

¿Termina o sigue?

Las derechas celebran, la izquierda queda desconcertada, parece la derrota final del socialismo, y en Europa los Partidos Comunistas empiezan a cambiarse el nombre.

 Un trepador llamado Boris Yelsin, borracho, ladrón, entregado a Estados Unidos, es ahora dueño de Rusia y con apoyo del “mundo libre” impone su dominio, cambia constitución y leyes, despedaza al país y regala sus empresas a sus amigos ladrones.

Rusia se hunde.

En el desmoralizado país reaparece el desempleo y se expanden el alcohol, la droga y la miseria.

Estados Unidos celebra su triunfo.

Es al fin la única superpotencia, el único dueño del planeta.

Se hundió la URSS.

Misión cumplida.

Sueño realizado.

Para mayor seguridad, tienen penetrada a China con sus grandes empresas y creen que va camino de ser pronto un dócil protectorado suyo, como lo es ya toda Europa.

De lo visto quedan claras varias cosas.

El nombre y el concepto mismo de Guerra Fría eran simplistas, manipulaban la realidad al presentarla como necesaria respuesta defensiva estadounidense ante la grave amenaza que era Rusia, y favorecían así a Estados Unidos, que fue su creador y el que la desencadenó.

El nombre cold war fue popularizado por el conocido periodista estadounidense Walter Lippman, que lo impuso desde 1947.

Pero en realidad lo tomó de Bernard Baruch, asesor del presidente Truman, que lo creó poco antes, aunque luego reconoció que no era suyo.

Los rusos cuestionaron ese nombre, pero de nada les sirvió.

Además de manipular la realidad, el nombre ocultaba el verdadero objetivo de esa guerra que fue la guerra imperialista que Estados Unidos necesitaba para imponer su dominio mundial liquidando a Rusia y con ella al comunismo.

Pasó por altibajos, y Estados Unidos sólo la declaró terminada en 1991 cuando vio al fin el derrumbe de Rusia y el del comunismo.

 

No obstante, casi de inmediato siguió la guerra, ya sin llamarse guerra ni tener por lo pronto nombre.

Porque aún faltaba rematar.

Al Imperio no le bastaba con debilitar a Rusia.

Debía anularla por completo, y ese era el proceso que estaba iniciando para imponer al mundo su victoria.

Porque ese Imperio, suerte de Cuarto Reich, pero que no era Imperio del Mal sino del Bien, debía durar todo un milenio.

Un sueño a realizar, que sus más arrogantes líderes no tardaron en proclamar.

Los sueños son problemáticos, sobre todo si se refieren al poder.

Si Rusia fue incapaz de abrir a tiempo caminos democráticos a su propia sobrevivencia y por eso fracasó, a Estados Unidos, imperio desgastado que incubaba ya una crisis oculta, le llegó tarde ese triunfo, que lo embriagó de prepotencia, neoliberalismo, globalización y  consenso de Washington.

Y aunque inicialmente ejerció su dominio hablando de fin de la historia y manteniendo permanente amenaza de guerra con gasto militar creciente y control de países mediante nuevos tratados y bases militares, en cosa de una década empezó el lento e indetenible resquebrajarse de su dominio y le urgió reformular la guerra que debe hacer contra todo nuevo poder que le estorbe, apoyándola en nuevos argumentos y fijándole objetivos imperiales.

De eso hablaré en el próximo artículo.

Tomado de: https://ultimasnoticias.com.ve/

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