sábado, 23 de diciembre de 2017

No seamos malagradecidos

Con Clío 

En el caso específico de la Batalla de Ayacucho, Tengamos presente que en este evento inmortal derramaron su sangre peruanos, venezolanos, ecuatorianos, colombianos, bolivianos, argentinos, chilenos, mexicanos y españoles amantes de la liberación. 

1 diciembre, 2017
Alexander Torres
Las acciones bélicas contra la cadena española fueron muchas y complejas. 
La conquista de la libertad sudamericana fue un sueño bolivariano, que puso en marcha los más difíciles e interesantes empeños. 
En el caso específico de la Batalla de Ayacucho, dice bastante. La preparación de la contienda final para repeler las autoridades hispanas arrancó el 6 de diciembre de 1824, momento en el cual el Ejército Unido ocupó la pampa de Ayacucho, en las zonas próximas del pueblo de Quinua, Perú. 
En la mañana del 9 de diciembre, los realistas iniciaron el ataque con el propósito de desbordar el ala izquierda republicana, al tiempo que las divisiones de los generales Antonio Monet y Alejandro González Villalobos hacían maniobras contra el centro y derecha del ejército, comandado por Antonio José Sucre para afectar a los revolucionarios de manera simultánea. 
Pese al intento, los planes de los realistas fracasaron, debido -refiere la historiografía militar- al contraataque de la reserva republicana en la izquierda. Seguidamente, Sucre dio instrucciones a José María Córdoba de contraatacar a los cuerpos de Monet y Villalobos, quienes se encontraban fuera del combate. A esto se le sumaría la reserva del patriota cumanés, enfilando sus baterías, y obligando finalmente a los invasores a solicitar una capitulación que abrió la senda para la liberación del Perú y de América toda.
Muy importante es estar al tanto de los términos de la capitulación que sin más salida tuvieron que firmar los opresores vencidos. 
Reza uno de ellos, considerando que “el ejército español (…) ha tenido que ceder el campo a las tropas independientes (…) debiendo conciliar a un tiempo el honor a los restos de estas fuerzas, con la disminución de los males del país…”. 
El acuerdo estructurado en 18 convenios estableció, entre otras cosas, el resguardo de los oficiales del ejército derrotado, de modo que pudiesen permanecer en el país, o en su defecto, partir rumbo al extranjero con la seguridad de que no serían perseguidos políticos. Obedeciendo el honor patriota, se aseguró la vida y la propiedad de los partidarios del bando contrario, siempre y cuando se mantuvieran sujetos a las leyes del país. Con este tratado, el ejército realista firmó su rendición y el Perú, libre e independiente, se unió a las nacientes repúblicas de Nuestra América.
Recordemos esta última batalla, dada en tierra dentro de las campañas terrestres, de la guerra de Independencia de Nuestra América, entre 1809 y 1821. 
Tengamos presente que en este evento inmortal derramaron su sangre peruanos, venezolanos, ecuatorianos, colombianos, bolivianos, argentinos, chilenos, mexicanos y españoles amantes de la liberación. 
No olvidemos que fue el Congreso del Perú quien otorgó el título de Mariscal de Ayacucho y Benemérito del Perú en Grado Eminente al general Sucre. 
No dejemos que la indolencia recaiga sobre aquellos que hace casi dos siglos dieron la vida por nosotros. 
No seamos malagradecidos.

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