La creación de un Estado judío en medio del mundo árabe, no solo representa la continuación del colonialismo europeo en Palestina, sino que también ha consistido en la limpieza étnica de los palestinos y el establecimiento de un sistema de segregación por parte de una nación que viola repetidamente las leyes internacionales.

Teniendo en cuenta esta realidad y el hecho de que Palestina es la tierra santa de tres religiones, la única solución justa para el proyecto sionista del Estado de Israel y sus aliados occidentales, radica en el establecimiento de un solo país: El estado democrático laico de Palestina, en el que los judíos, árabes y cristianos tengan los mismos derechos.

Recordemos que el octavo emir de Córdoba, Abderramán III, rompió definitivamente los vínculos religiosos con el califato abasí de Bagdag en el año 929 y se autoproclamó califa de Córdoba. Bajo su mandato, la ciudad vivió una época de esplendor sin precedentes y llegó a convertirse en el principal centro cultural de Occidente.

Con casi un millón de habitantes, Córdoba simbolizó la convivencia de judíos, cristianos y musulmanes durante más de un siglo. 

En todo este tiempo, la ciudad califal se convirtió en el punto de encuentro de célebres científicos, filósofos, astrónomos y matemáticos. Además, se llevaron a cabo importantes obras públicas, como pavimentación de las calles, alcantarillado y alumbrado nocturno.

Novecientos años más tarde, el movimiento sionista surge en Europa, alentando a los judíos europeos a escapar del antisemitismo mediante la emigración a Palestina, que estaba gobernada por los turcos otomanos en ese momento, con el objetivo de crear un Estado judío en la Tierra Santa.

En 1947, las flamantes Naciones Unidas adoptaron el Plan de Partición de Palestina sin ninguna consulta con el pueblo palestino.

El plan requería que el 56 % de Palestina se convirtiera en el Estado judío de Israel y en el 43 % del territorio un Estado palestino.

A finales de 1949 Israel había destruido más de 400 pueblos palestinos y masacrado a miles de civiles, desplazando por la fuerza a ​​casi un millón de palestinos que acabaron en campos de refugiados en los países árabes vecinos.

En otras palabras, habiendo sufrido el pueblo judío los horrores del Holocausto, los sionistas continúan llevando a cabo la limpieza étnica del pueblo palestino.

Un genocidio en toda regla. Jerusalén nunca será la capital de ese grupo terrorista.


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