sábado, 4 de julio de 2020



¿Qué hace este avión hundido en Bahamas? Carlos Lehder en la isla de la cocaína
En 1982, Ronald Regan lanzó la guerra contra las drogas —que cuarenta años después parece cada vez más lejos de ganarse—. El cartel de Medellín no llegó a las portadas de 'Time' y 'Newsweek' hasta 1985, con la venta de cocaína en el top seis de las 'empresas' más lucrativas de EEUU.

AUGE Y CAÍDA DE UN NARCO
El último capo histórico del cártel de Medellín sale de la cárcel 30 años después. Historia del hombre que metió el turbo al negocio de la coca a golpe de megalomanía política

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Palabras como "pionero" o "visionario" se quedan cortas para describir las actividades del empresario colombiano Carlos Lehder. De no ser por el pequeño inconveniente de que su campo de actividad —el tráfico de cocaína a gran escala— no está bien visto, Lehder podría ser hoy un mito del emprendizaje y participar en las Conversaciones del Banco de Sabadell, por sus innovaciones ochenteras, pero la sociedad premió sus hallazgos con la cárcel. Lehder —Armenia, Colombia, 1949— es noticia ahora a sus 79 años: tras cumplir tres décadas de condena en EEUU, acaba de ser extraditado a Alemania —su padre era alemán—. Es el último narco colombiano histórico en pie.
Mucho antes de ser detenido en 1987 como miembro del cartel de Medellín, Lehder ya había estado en una cárcel estadounidense (1974), acusado de robar vehículos en Nueva York, donde se había ido a vivir con su madre desde su Colombia natal. En prisión se hizo inseparable de un traficante de marihuana llamado George Jung. Lehder y Jung parieron allí una 'startup' para aumentar el flujo de un negocio de nuevo cuño entre Colombia y EEUU: la venta de coca.

Grandes planes

La intrahistoria de esta peculiar pareja empresarial la contó el periodista Bruce Porter en el ensayo 'Blow', que luego fue adaptado erráticamente por Hollywood, con Johnny Depp, Penélope Cruz y Jordi Mollà.
George Jung contó muchas cosas interesantes sobre Lehder en el libro. Cuando Lehder solo era aún un mocoso encarcelado, ya tenía grandes planes, era un iluminado, la clase de persona capaz de desatascar un negocio con una idea disparatada...
Estando en prisión, alguien les habló de Belice: no tenía ejército, ni tratado de extradición, la policía iba en bicicleta y los funcionarios eran fáciles de sobornar… Lehder se volvió majara al escuchar eso: había que convertir Belice en base de operaciones del tráfico de drogas; pero no solo aspiraba a eso, "sino a conquistar el país y derribar al Gobierno", según Jung. "Carlos quería casinos, quería montar un imperio, a lo grande", convertir Belice en "lugar seguro para fugitivos y delincuentes".
Por si fundar el territorio libre de,—llamémoslo— Drogadistán no era suficientemente grandilocuente, Lehder quería también restregárselo por las narices a los poderosos, y regó el concepto de gasolina revolucionaria. Palabras de Jung —en 'Blow'—: "Carlos planteó el tema de la revolución. Habló de empezar en Belice y hacerse cargo luego de Colombia. Su héroe era el Che Guevara, muy parecido a él, con su afeitado, sus mechones largos y sus ojos penetrantes. La cocaína sería el vehículo para financiar esta empresa, pues según Carlos, era el talón de Aquiles de América. Decía que los gringos eran demasiado débiles moralmente para resistirse a la coca".
Hasta ahí, la cháchara de Carlos Lehder podría haber pasar por un discurso antiimperialista clásico de esa época —con la aportación heterodoxa de derrocar a los gringos no desde la guerrilla, sino bombardeándoles con cocaína—, salvo que Lehder también era filonazi —dicen que su padre había coqueteado con el exilio nazi alemán en Colombia—. "Carlos tenía palabras de admiración hacia Adolf Hitler, por elaborar un plan para alcanzar el poder, volcarlo en el 'Mein Kampf' y tener la suficiente fuerza de voluntad para llevarlo a cabo", narró Jung en el libro. En efecto, si el Führer había conquistado medio mundo tras salir de la cárcel, ¿por qué no iba a poder Lehder fundar Drogadistán en un país exótico? Un territorio utópico libre de policías, y donde pese a las temperaturas calurosas, nevaría todos los días del año por decreto ley. La nieve que quema.
La cocaína era el talón de aquiles de América. Los gringos eran demasiado débiles moralmente para resistirse

Pero Lung estaba en otra onda: "Carlos tenía aspiraciones políticas, pero a mí no me interesaba presidir un país, sino dedicarme unos años al negocio y retirarme luego en Ibiza o Australia. Le dije que ya había suficientes dictadores jodiendo el mundo", contó en el libro.
Según Jung, Lehder fue puliendo su megalomanía en prisión: "Decía que el dinero es poder y él iba a tener una cantidad ilimitada de dinero. Quería usarlo para liberar al pueblo colombiano. Decía que el 87% de la tierra en Colombia estaba en manos del 12% de la población. Quería conquistar el país y devolver sus tierras a la gente… Cuando un chico de veintiocho años te cuenta que se va a hacer con el control de un país, ¿qué le dices? ¿Realmente me importaba? Yo quería una cosa: la cocaína y el dinero. Eso es todo. Pero Carlos quería el espectáculo al completo".
Cuando Lehder le contaba sus planes para conquistar un territorio, Jung le daba la razón como a un lunático, pero el chiste viene ahora: cuatro años después de salir de la cárcel, Lehder acabó desarrollando con éxito la operación Belice en el islote bahameño de Cayo Norman. ¿Quién era ahora el loco ahora, eh, quién?


Cayo Norman. (Out Island Flyers)
Cayo Norman. (Out Island Flyers)

La isla del tesoro blanco

Sigue Jung: "Carlos estaba totalmente obsesionado con ser propietario de una isla y montar un imperio. Solo hablaba de eso, no escuchaba nada más. Comenzamos a tener grandes peleas. Yo pensaba que era una idea ridícula: comprar una isla, sobornar a funcionarios de las Bahamas, atrincherarse y enfrentarse a los gobiernos del mundo al grito de: 'Aquí estoy, tengo mi propia isla, este es mi negocio de tráfico de drogas, iros todos a la mierda'. Yo le decía: 'Si el gobierno de EEUU derrotó a Japón, a Alemania y a Italia, ¿no derrotarían a Carlos Lehder en Cayo Norman?'". Al salir de la cárcel, y dado que les iba muy bien colocando cantidades razonables de cocaína en EEUU, Jung intentó que Lehder fuera razonable y no pusiera en riesgo el negocio habitual con ideas faraónicas. No lo logró.
Era la clase de persona capaz de desatascar un negocio con una idea disparatada
O el capitalismo canalla como un choque entre pragmáticos e idealistas donde no siempre triunfan los más razonables. Contra todo pronóstico, el Lehder innovador/disparatado, se impuso: conquistó Cayo Norman y echó a Jung de la isla. Pablo Escobar empezó a hacerle reverencias.
El cartel de Medellín aún no se autodenominaba así, sino La Compañía, con Carlos de ejecutivo estrella, "el hombre con las ideas correctas para que el negocio de la cocaína alcanzara su verdadero potencial de mercado", según Jung.

Una transición dorada

En 1982, Ronald Regan lanzó la guerra contra las drogas —que cuarenta años después parece cada vez más lejos de ganarse—. El cartel de Medellín no llegó a las portadas de 'Time' y 'Newsweek' hasta 1985, con la venta de cocaína en el top seis de las 'empresas' más lucrativas de EEUU.
El vacío de poder previo (1975/1982) fue llenado por Carlos Lehder como virrey encocado de Cayo Norman. Son los años —salvajes— de transición, con la fariña aún en un limbo, la DEA oyendo campanas, la opinión pública mundial ajena al drama y las balaceras bajo control. La cocaína daba entonces más risa que miedo; aún no se había convertido en un problema de orden público. Es la era dorada anterior a la catastrófica paramilitarización de la prohibición. O cuando el principal medio de transporte de la coca a EEUU no eran aviones y barcos, sino maletas y zapatos, recibidos por personas como Jung y Lehder.
El 80% de la coca que entró esos años en EEUU venía de Cayo Norman, la isla de la cocaína
El salto de las mulas al infinito llegó en 1978 con la aportación logística crucial de Lehder: la compra de una isla en las Bahamas, Cayo Norman, de 6,8 kilómetros de longitud. Lehder acababa de ponerle una pista de aterrizaje al cartel de Medellín frente a Florida. En realidad, más que comprar la isla, la conquistó. Cayo Norman era zona de recreo de americanos adinerados... que fueron invitados a irse a retozar a otro lado con poca sutileza. Entre los evacuados, estaba un histórico del periodismo estadounidense, Walter Cronkite, que años después (1988) declararía en el juicio estadounidense contra Lehder.
"Hasta entonces Cayo Norman había sido un lugar de turismo para gente rica que quería tranquilidad y aislamiento. Lehder se apoderó de la isla y sus hombres, norteamericanos, colombianos y alemanes, hostigaron a los vecinos y visitantes a punta de pistola, uno de ellos, Norman Solomon, miembro del parlamento de las Bahamas... Para que no quedaran dudas un cadáver acribillado a balazos fue encontrado en un bote de placer a la deriva", cuenta Eduardo Sáenz Rovner en el estudio 'Carlos Lehder y los vaqueros de la cocaína'.
Se calcula que el 80% de la coca que entró esos años en EEUU venía de Cayo Norman. Pero Lehder no solo puso la isla, también sus conocimientos como piloto: sabía volar burlando radares por rutas discretas de descarga de mandanga en los estados del sur.
Cayo Norman, la isla de la cocaína, se convirtió en un descontrol absoluto, descrito así por un colaborador de Lehder: "Era un jardín de infancia... de sexo y drogas, pero sin policía, en el que nosotros poníamos las reglas". Trasiego al que no eran ajenas las sobornadas autoridades bahameñas.


Cartel propagandístico.
Cartel propagandístico.
El cachondeo duró unos tres años. Hacia 1981/2, la escandalera colombiana era tan fuerte en Cayo Norman que la prensa empezó a husmear, EEUU presionó a Bahamas, los narcos diversificaron sus rutas a EEUU y la isla de la fofa echó el cierre, aunque Lehder no perdió la propiedad hasta su caída en desgracia en 1987 (detención en Colombia, extradición a EEUU, juicio y condena).
Estando nuevamente en prisión, a Lehder le debemos golosos detalles internos sobre el funcionamiento del 'bisnes', tras llegar a un acuerdo para rebajar su condena a cambio de declarar contra otro extraditado estelar: el dictador panameño Manuel Antonio Noriega. El testimonio de Lehder fue decisivo para condenar a la Panamá de Noriega, cuyo salto de patio trasero de los gringos a patio trasero de los narcos acabó con el país invadido y con Noriega entre rejas. Según declaró Lehder en el juicio, Noriega recibía 1.000 dólares por cada kilo de cocaína que llegaba a EEUU vía Panamá, centro logístico del cartel de Medellín tras el cierre de Cayo Norman.

Los narcos somos gente honrada

El Lehder más barroco apareció cuando su negocio declinó tras la caída de Cayo Norman. La fase más megalómana de todo capo no suele ser el fulgurante ascenso callejero, o el estrepitoso final policial, sino el momento intermedio en el que busca respetabilidad, cuando se funden los límites de la ambigüedad, y de la tangana barriobajera salvaje, pasamos a la partidita de golf con políticos, banqueros y consejeros delegados. Aunque blanquear la imagen suele ser una decisión empresarial —para legalizar la tonelada de dinero negro en negocios más pulcros—, también tiene algo de transformación personal, no por cínica menos generadora de realidad, como el teatral salto a la política de los narcos colombianos. Recuerden: el diputado colombiano Pablo Escobar estaba en Madrid el día que Felipe González ganó sus primeras elecciones (1982). En efecto, Pablo Escobar vigilando el correcto funcionamiento de la democracia española. ¡Quién iba a pensar entonces que ese respetable político fuera el mayor narcotraficante del mundo!


Carlos Lehder pilotando. (Vandeville Eric/Abaca/EFE)
Carlos Lehder pilotando. (Vandeville Eric/Abaca/EFE)
Aunque dicho así suene a chiste, la fase respetabilidad de los narcos colombianos tenía cierta verosimilitud. Como pasó en los primeros ochenta con los traficantes gallegos, el relato oficial contra la coca estaba aún en construcción; las operaciones policiales, muy verdes, y los narcos contaban con crédito social: muchos venían del contrabando de tabaco —los gallegos— o marihuana —Carlos Lehder—, parte de su dinero se invertía en obra social populista, en redes clientelares y en sobornar a las autoridades.
Las autoridades colombianas negociaban entonces bajo cuerda con los narcos para tratar de canalizar un negocio monstruoso; amnistía fiscal incluida para que el dinero de la coca aflorara en Colombia. En pleno subidón, tanto Carlos Lehder como Pablo Escobar llegaron a ofrecer pagar la deuda externa de Colombia a cambio de liberar el espacio aéreo —y no ser hostigados por la ley—. No obstante, el cartel de Medellín acabó declarando la guerra al Estado colombiano al ritmo de los bombazos de Escobar. Pero antes de que estallara la guerra, los narcos eran vistos por muchos como fascinantes emprendedores canallas, por extravagante que fuera su discurso. Ninguno tan flipado, por cierto, como el del Carlos Lehder político.

La asamblea de majaras

Recordemos: Lehder ya tenía tendencias megalómanas cuando solo era un mindundi, un paria del sistema judicial estadounidense. Así que, cuando salió de la cárcel y empezó a facturar millones subido al globo de la coca... entró en órbita ya del todo.
Su saltó a la política colombiana —recién llegado de Cayo Norman con la cabeza en Júpiter— es un hito mundial del sincretismo, como si hubiera querido reunir todos los ismos del siglo XX en un experimento contracultural: el Movimiento Cívico Latino Nacional.

El partido político de Lehder venía cargado de cinismo instrumental: como primera medida quería tumbar las extradiciones entre Colombia y EEUU. Pero como hemos visto, Lehder era también un idealista dispuesto a llevar el espectáculo al límite, aunque fuera de manera confusa.
Si esta oligarquía monárquica, le teme a Adolfo Hitler, tocará disfrazarse de Adolfo Hitler, pero no nos vamos a vender más al imperialismo yanqui
Repasemos el galimatías ideológico de Lehder:
1) Nazismo. 2) Macarreo con buena onda: Lehder se crio en el Nueva York latino sesentero e hizo su propia asimilación barriobajera del hipismo. "Crecí en los barrios de Nueva York, bajo la administración Nixon, en plena guerra del Vietnam; en un tiempo en el que John Lennon cantaba y expresaba una filosofía y un modo de ver la vida. Era la época del movimiento hippie, la era de encontrarse a sí mismo, yo no era el típico colombiano de origen campesino, sino un colombiano que creció en la cuna del imperialismo", dijo Lehder en una entrevista ochentera. 3) Paranoia: EEUU quería echarle el guante. 4) Bocaclanclismo: Hacia 1982, Lehder estaba en una dinámica de negocios maniaca y en modo piquito de oro.


Lehder en un mitin.
Lehder en un mitin.

Su discurso era una mezcla de adrenalina, delirio, hierba y nieve. Empezó a rajar en los medios colombianos y dejó grandes joyas retóricas.
"Yo he venido a enseñar el nacionalismo puro, progresista y popular. Sé que no soy el más llamado a hacer estos planteamientos, pero Dios ha puesto en mis manos recursos económicos y la ideología, la vitalidad y la salud para ser uno más en el Movimiento Latino Nacional, si esta oligarquía monárquica le teme a Adolfo Hitler, pues tocará disfrazarse de Adolfo Hitler, pero nosotros no nos vamos a dejar vender más al imperialismo yanqui”.
"Lo que es inmoral para la oligarquía es moral para el pueblo y lo que es inmoral para el pueblo es moral para la oligarquía y viceversa".
"La cocaína es la bomba atómica de América Latina contra EEUU".
¿Ideología? Narcopopulismo, nacionalsocialismo, anticomunismo y antiimperialismo. Y dos huevos duros. Lehder era capaz de mezclar digresiones sobre la superioridad racial del hombre latino, abuso verbal contra los gringos y loas a Adolf Hitler y John Lennon —al que le construyó una estatua de bronce en su región, Armenia, que fue objeto de veneración—. En definitiva: Jesús Gil era un aburrido tecnócrata a su lado.

La fase respetabilidad siempre es engañosa. Aunque parece que el antihéroe está a punto de hacerse con la suya, legalizado a golpe de contactos al más alto nivel, convertido en miembro respetable de la sociedad, en realidad ha iniciado su decadencia final. Pasada la fase política, llegó la balacera. La guerra total que acabó con Escobar muerto y Lehder en una cárcel gringa.
Cuatro décadas después, solo quedan los restos del naufragio: con un casi octogenario Lehder llegado a Alemania tras pasar media vida en la cárcel, y un gigantesco avión Curtiss C-46 Commando hundido desde 1980 en las cristalinas aguas de Cayo Norman para asombro de los turistas que retozan allí ahora. Ya no nieva en la isla de la cocaína.

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