sábado, 28 de diciembre de 2019


De la fragmentación a la hegemonía: encrucijadas de la lucha de clases actual


Matías Maiello

El mapa de irrupción del movimiento de masas en la América Latina en la actualidad es mucho más extendido que el del ciclo 2000-2003, o el de 2013 que por estas latitudes se centró en Brasil. Desde Puerto Rico, Honduras, Haití, Ecuador, Chile, Colombia, hasta la resistencia al golpe en Bolivia, vienen marcando el escenario de la lucha de clases. Se trata de procesos, que con sus especificidades y dinámicas particulares, van atravesando por diferentes momentos y situaciones pero constituyen un ciclo que todo parecería indicar que llegó para quedarse.
En artículos anteriores abordamos algunos aspectos distintivos de este nuevo ciclo de la lucha de clases a nivel internacional. 
La crisis histórica que atraviesa el capitalismo no golpea homogéneamente sobre el conjunto de los explotados y oprimidos, ni en general, ni al interior de cada país. 
Esta heterogeneidad la graficábamos con la distinción entre los perdedores relativos y absolutos de la llamada “globalización”.
 La convergencia de ambos sectores, especialmente la entrada de estos últimos, le imprime el carácter más violento y explosivo a este ciclo comparado con el de 2010-13, por lo menos en lo que hace a los países “occidentales”.
Ahora bien, aquel carácter heterogéneo, y las formas “ciudadanas” en las que tiende a expresarse el movimiento -a pesar de que muchos de sus protagonistas son parte de la clase trabajadora- son utilizados por gobiernos y regímenes para maniobrar -con la insustituible colaboración de las burocracias sindicales- y desagregar sectores de clase combinando concesiones parciales con represión.
 Un verdadero laboratorio en ese sentido, así como antes lo dio Francia durante la rebelión de los Chalecos Amarillos, ahora lo está dando Chile, el principal proceso que atraviesa hoy América Latina y que ya lleva más de 40 días de desarrollo.
Ahora bien, la cuestión estratégica es cómo estas explosiones de lucha de clases no se agotan en aquella dinámica sino que logran derrotar a los regímenes en cuestión y abren la posibilidad de constituir un nuevo orden social.
 ¿Cómo configurar un bloque político-social capaz de hacerlo? La hegemonía obrera para unir a los diferentes sectores en lucha es clave. 
No encuentra un camino despejado para su desarrollo ni mucho menos, pero los procesos actuales plantean renovadas condiciones para ello.

Lo que cambió y lo que no de la clase trabajadora

Multitudes de teorías han proclamado que la clase trabajadora está desapareciendo o que cambió tanto que se ha debilitado irremediablemente.
 Desde el “adiós al proletariado” de André Gorz, pasando por “el fin del trabajo” de Jeremy Rifkin, hasta quienes sostienen en la actualidad que bajo el capitalismo las nuevas tecnologías sustituirían al trabajo asalariado. 
En el autonomismo de Tony Negri la clase trabajadora deja su lugar a “la multitud”. 
En el posmarxismo de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, el punto de partida obligado es el abandono del “esencialismo de clase”. 
Según ellos, si la clase obrera es heterogénea y está fragmentada, su unidad en términos de clase no es más que una unidad simbólica, no tiene ningún fundamento estratégico más que el dogma, y que de lograrse iría en contra de una articulación democrática.
Lo cierto es que la clase trabajadora, en las últimas décadas, se extendió como nunca antes en la historia, pero de la mano de la ofensiva imperialista neoliberal, se hizo mucho más heterogénea y sufrió un amplio proceso de fragmentación (efectivos, contratados, tercerizados, sin contrato, desocupados, nativos, inmigrantes, etc.) generando una división entre trabajadores “de primera” y “de segunda” (estos últimos conforman casi la mitad de la clase trabajadora a nivel mundial, con especial peso de las mujeres y la juventud). 
Este proceso fue de la mano del retroceso de los sindicatos, que igualmente siguen siendo las organizaciones obreras más extendidas. Ahora bien, lo que no cambió -e incluso se desarrolló aún más- es lo más profundo que le da su fuerza distintiva: la clase trabajadora continúa detentando todas las “posiciones estratégicas” que hacen funcionar la sociedad (el transporte, las grandes industrias, servicios, etc.).
Por ejemplo, en Chile, cuna del neoliberalismo, desde el Plan Laboral redactado en 1978 por José Piñera, hermano del actual presidente, y el Código de Trabajo, se consagró un modelo de despotismo patronal y precarización laboral, continuado bajo los gobierno de la Concertación. 
El “subcontrato” -tercerización a través de contratistas-, extendido masivamente, estructura al capitalismo chileno. En diversas áreas como las telecomunicaciones es casi generalizado. 
En la minería hay más “subcontratados” que trabajadores de planta. 
En Codelco, por ejemplo, para 2010 había poco más de 19 mil obreros de planta y más de 40 mil subcontratados. 
Ahora bien, los mineros siguen conformando la rama que aporta más del 10 % del PBI de Chile, y produciendo el 27 % del cobre del mundo. 
Los portuarios de San Antonio siguen operando uno de los principales puertos del Pacífico sur. 
De aquella legión de subcontratados siguen dependiendo todas las telecomunicaciones del país. 
Lo mismo podríamos decir de los ferrocarriles, la industria y todos los resortes fundamentales de la economía chilena.
El ocupar las “posiciones estratégicas” le da a la clase trabajadora la capacidad de paralizarlas y con ella el funcionamiento mismo de la sociedad. 
No hay ninguna otra fuerza -de otro movimiento o clase- que tenga tal capacidad definitoria y decisiva; fundamental si estamos pensando en términos de revolución. 
No solo eso, sino que el ocupar aquellas posiciones estratégicas la ubica en un lugar privilegiado para articular un poder independiente capaz de aglutinar al pueblo explotado y oprimido a partir de las unidades de producción (empresa, fábrica, escuela, campo, etc.) con su propia autoorganización y autodefensa para derrotar al Estado capitalista. 
Así como, a partir del control de esas posiciones claves para la producción y reproducción social, crear un nuevo orden (socialista) para sustituir al capitalismo, capaz de avanzar en liberar a la sociedad de la explotación y la opresión.
Es decir, la clase obrera no se debilitó irremediablemente. Cambió y se fragmentó, pero conserva su fuerza estratégica. Desde luego, esta fuerza puede ser utilizada en forma corporativa por los sectores específicos que la detentan al margen de los intereses del resto de la clase y pueblo, puede no ser utilizada o bien ser contenida gracias a la burocracia sindical y el chantaje patronal. 
Pero en todos los casos, entonces, la hegemonía obrera retorna al terreno de lo profano y pasa a ser un problema político y estratégico. 
Lo verdaderamente novedoso es que la irrupción del movimiento de masas y el nuevo ciclo de la lucha de clases que estamos viviendo plantea nuevas y mejores condiciones para resolverlo.

La clase trabajadora, la juventud y los “movimientos”

Guy Standing escribió recientemente que las rebeliones que atraviesan el globo, y en particular la de Chile, son rebeliones del “precariado”. 
En su libro El precariado, una nueva clase social explica ese concepto, con el cual se refiere en particular a la juventud trabajadora que cuenta con un trabajo inseguro, inestable, contratos precarios, y está sometido a una vida inestable de conjunto. 
La descripción se ajusta a muchos de los protagonistas de las movilizaciones y las acciones que marcaron la situación de Chile en los últimos 40 días. 
Jóvenes que en su mayoría no tienen ni derecho “legal” a hacer paro en su lugar de trabajo ni sindicato, pero que salen de sus trabajos y se van para las movilizaciones convencidos de no deberle nada al régimen heredero de la dictadura pinochetista. 
Claro que en el esquema de Standing, se trata de erigir al “precariado” en una nueva clase para borrar del mapa a la otra parte [1]. Pero ¿qué pasaría si esta juventud golpea definitivamente en la conciencia del movimiento obrero “estable”, si se dirige al interior de las unidades de producción y mira hacia las “posiciones estratégicas”?
De hecho, uno de los sindicatos combativos que ha sido protagonista de los paros generales desde que comenzó la rebelión, la “Unión Portuaria”, tiene algo para decirnos sobre eso.
 Es una organización "de hecho" pero cuenta con un enorme poder real por la posición estratégica que ocupa. 
Como señala Frank Gaudichaud, no solo ha protagonizado históricas huelgas en solidaridad, sino que ha logrado sentar a negociar al empresariado más potente del país por encima de las contratistas intermediarias: “En el caso de los portuarios la afiliación se conserva a pesar de que los contratos con las empresas de estiba tienen una duración 8 horas y nada asegura que al día, semana o mes siguientes, puedan ser contratados de nuevo. 
La segunda característica y dificultad que los diferencia del sindicalismo tradicional es que para poder negociar su acción deben, ahora sí y de hecho, levantar el velo y forzar a que la contraparte patronal real se constituya como tal” [2]. Un cuestionamiento indispensable a las condiciones de subcontratación donde ante cualquier lucha o reclamo de los subcontratados, la empresa principal empleadora permanece escondida detrás de las contratistas.
Pero no se trata solo de la juventud obrera. 
El movimiento de mujeres que ha emergido como un poderoso movimiento de masas en muchos países, tiene en Chile una de las expresiones más importantes a nivel internacional. 
El 8M de este año en Chile, por ejemplo, tuvo lugar la movilización más grande de América Latina y una de las más masivas del país desde la caída de la dictadura. 
A su vez, el movimiento estudiantil chileno ha protagonizado algunas de las luchas estudiantiles más importantes de los últimos tiempos. 
En el 2006 fueron “los pingüinos” luchando contra la privatización de la educación inaugurada por el pinochetismo. 
Le siguieron las masivas luchas universitarias por la educación gratuita de 2011. 
No casualmente supo catalizar con la “evasión masiva” la bronca que terminó encendiendo la mecha de la rebelión actual. 
También las comunidades mapuches que luchan por la devolución de sus tierras ancestrales, el derecho a la autodeterminación nacional y contra la represión estatal.
 El pasado 14N se realizaron las movilizaciones al cumplirse un año del brutal asesinato de Camilo Catrillanca por carabineros.
Desde luego que a Piñera y el régimen le conviene que todas estas fuerzas se expresen en forma desorganizada, cómo conjunto de demandas particulares inconexas, y negociar “por arriba” con las burocracias de la Mesa de Unidad Social y los parlamentarios del Frente Amplio y el PC. 
Está en lo cierto Gaudichaud cuando señala que: “Sin los asalariados organizados, las luchas territoriales, indígenas, educacionales, ecologistas, feministas y pobladoras no podrán superar el modelo, y menos aún ‘derrumbarlo’, aunque demostraron gran capacidad de movilización e incluso de conquistar victorias notables frente al Estado o grandes empresas extractivas. 
Pero sin los otros movimientos sociales y las comunidades en lucha, el movimiento obrero está condenado a seguir hundido en la fragmentación y a reivindicar solo para algunas fracciones asalariadas cuotas de mejoras parciales” [3].

La articulación estratégica de fuerzas materiales y sus enemigos

Frente a la pregunta sobre cómo armonizar diferentes reivindicaciones y formas de lucha de los trabajadores de la ciudad y del campo, de los desocupados, de las mujeres trabajadoras, campesinos arruinados, y los “millones de necesitados e ignorados por las organizaciones reformistas” cuando se ponen en marcha los grandes procesos de la lucha de clases, Trotsky sostenía en el Programa de Transición: “La Historia ha contestado ya esta pregunta: por medio de los soviets. 
Los soviets unificarán a los representantes de los distintos sectores en lucha. 
Nadie ha propuesto otra forma de organización distinta para alcanzar esos fines, y parece imposible inventar otra mejor”. Hoy, a más de 80 años de escritas estas palabras, no se ha inventado otra mejor y más democrática, mal que le pese al posmarxismo de Laclau.
 Por eso sigue vigente el señalamiento de Trotsky de que no puede existir ningún programa revolucionario sin el planteo de poner en pie organismos de autoorganización y frente único de masas como los “soviets” o consejos.
De ahí la importancia del desarrollo de coordinadoras y organismos de autoorganización, que en perspectiva puedan ser el germen de futuros consejos, de un poder alternativo de la clase trabajadora y los oprimidos. 
Pero no solo esto es clave por la perspectiva que abre, sino que los organismos de autoorganización, incluso en sus formas iniciales, son fundamentales para que los sectores más avanzados del movimiento puedan influir sobre los más atrasados, así como contrarrestar la acción del régimen que, justamente, se vale para su política de las brechas que abre la fragmentación en la propia clase trabajadora y en sus aliados. 
También para fortalecer las perspectivas de tácticas como la del Frente Único Obrero (“golpear juntos, marchar separados”) frente a la burocracia para imponer la unidad de acción del movimiento obrero. 
Y su vez, para articular las “posiciones estratégicas” con el territorio, los sindicatos con los “movimientos”, la juventud con el resto de los trabajadores, etc., así como para organizar la autodefensa frente a la represión.
Nuestros compañeros y compañeras del Partido de Trabajadores Revolucionarios (PTR) en Chile vienen siendo parte impulsora de iniciativas en este sentido. 
La más importante, sin dudas, es el Comité de Emergencia y Resguardo en Antofagasta, capital de la región que representa alrededor del 50 % de la producción minera nacional. 
El comité articula trabajadores de la educación, públicos, portuarios, estudiantes, pobladores, organizaciones de derechos humanos, profesionales de la comunicación, entre otros, así como organizaciones sociales y políticas. 
Realiza la asistencia médica a los heridos, la asistencia legal frente a la persecución del Estado. 
También ha impulsado importantes acciones de Frente Único, como la marcha de 25 mil personas el 12N junto con sectores de la CUT. 
Aquel día otro elemento de articulación importante fueron los piquetes que realizaron los pobladores en las rutas hacia las minas, posibilitando que trabajadores mineros puedan parar y concurrir a las movilizaciones. 
A su vez, el Comité viene sosteniendo la perspectiva de la de huelga general hasta que caiga el gobierno de Piñera y toda su represión, llamando a no confiar en la política del gobierno con sus farsas de constituyente y avanzar hacia una asamblea constituyente libre y soberana donde sea el pueblo trabajador y pobre quien decida y organice las soluciones para las problemáticas de las grandes mayorías.
Se trata aún de pequeños ejemplos, iniciales, pero de generalizarse y desarrollarse organismos del tipo del Comité de Emergencia y Resguardo, plantearían la posibilidad concreta de una articulación estratégica de fuerzas a través de la autoorganización y el Frente Único. 
Como en los años ‘70 comenzaron a desarrollar los Cordones Industriales, aunque no llegaron a transformarse en un verdadero poder (armado) alternativo, en buena medida por la política del PC y el PS.
Desde luego estas tendencias cuentan con enemigos. La superación de la fragmentación está lejos de ser automática. No solo se trata de una fractura social, sino que toda la estructura del Estado capitalista está configurada para reforzarla. 
La estatización de las organizaciones de masas con sus respectivas burocracias es un elemento esencial, empezando por los sindicatos -que en el caso de Chile la burguesía se encargó de debilitar sistemáticamente-, pero también de los “movimientos”. 
Desde luego operan conjuntamente otro tipo de mecanismos, por ejemplo, como plantea Perry Anderson, “las coacciones económicas que actúan directamente para reforzar el poder de clase burgués: entre otros el miedo al desempleo o al despido”.
Cuando todo esto tendió a fallar, como sucedió en aquella jornada de paro del 12N, la más importante desde la caída de la dictadura, los partidos burgueses se encerraron inmediatamente a negociar un nuevo engaño mayor, el llamado “Acuerdo por la paz social y la nueva constitución”, que incluyó a un sector del Frente Amplio como protagonista, buscando sacar de las calles a una parte del movimiento. 
Paralelamente, contra la juventud que permanece movilizada y enfrenta la represión, motorizan la “ley antiencapuchados”, así como la ley que saca a las fuerzas armadas para “resguardar infraestructura crítica” sin necesidad de llamar a estado de emergencia como forma de poner en guardia al Estado en las “posiciones estratégicas”.
 En este marco, en el reciente paro del 26N, la Mesa de Unidad Social se encargó de garantizar que no pase de una medida de presión y al día siguiente se sentó a negociar con el gobierno. También este 26N el gobierno actuó a través de brutales represiones en las propias poblaciones para impedir que los pobladores salgan y realicen piquetes como los de aquel 12N.
Toda una serie de medidas casi en espejo para desarticular la unidad que se había mostrado en aquella jornada de paro del 12 de noviembre, entre trabajadores, jóvenes y sectores populares, y que atrajo a un importante sector de las clases medias en las movilizaciones. 
Lo que no impidió que este viernes miles de personas se volvieran a congregar en las principales plazas del país contra la represión.

Clase, partido y dirección

Desde luego, la acción del movimiento de masas, parafraseando a Clausewitz, no actúa sobre un material inerte, “sino contra uno vivo que reacciona”, de allí aquel juego de “acción y reacción” que va configurando diferentes momentos de un proceso de lucha de clases, momentos de avance y retroceso, donde el movimiento está más a la ofensiva o a la defensiva. 
La propia burguesía desde luego toma nota de esto, así Piñera pasó del “estamos en guerra” inicial a la concesión de migajas con su “agenda social” para anticiparse a la jornada de paro y movilizaciones del 23 de octubre. 
Luego del punto de inflexión del 12N, el régimen lanzó la maniobra del “Acuerdo por la paz social y la nueva constitución”, para después profundizar la represión sobre quienes continúan movilizados. Incluso en Brasil, el país de la región donde la ofensiva antiobrera es más profunda, el ministro de economía de Bolsonaro, Paulo Guedes, se encargó está semana de anunciar que posterga determinados ataques como la reforma administrativa -mientras continúa los otros, claro- por el contexto regional de luchas.
Desde el punto de vista de la clase trabajadora se trata de esto mismo pero al revés. 
Por eso la importancia de construir un partido revolucionario no empieza el día de la toma del Palacio de Invierno. Es necesaria una organización política revolucionaria que sea capaz de moldear a la vanguardia a través de cada una de aquellas situaciones y momentos de la relación de fuerzas. Y de esa forma forjar corrientes propias en los sindicatos, en el movimiento estudiantil, de mujeres, en las organizaciones de masas, bajo la perspectiva de desarrollar organismos de autoorganización (Consejos), capaces de articular volúmenes de fuerza para combatir con éxito a las burocracias y romper las fronteras que mantienen escindida a la clase trabajadora misma y a sus aliados.
Esta y no otra fue la historia del bolchevismo conducido por Lenin.
 Desde sus orígenes en la socialdemocracia rusa, nutrirse constantemente de la experiencia (teórica y práctica) del movimiento socialista internacional como parte de la II Internacional, planteándose a principios del siglo XX intervenir en la oleada de huelgas superando la idea de que los trabajadores solo debían dedicarse a la lucha económica y buscando forjar verdaderos “tribunos del pueblo”, desarrollando un periódico y una red de cuadros a través de toda Rusia. 
Después, aprendiendo a pasar a la ofensiva en la revolución de 1905, asimilando la novedad de los soviets, organizando la insurrección en Moscú.
 A la derrota posterior le siguió la lucha por conservar las bases revolucionarias del partido en pleno retroceso, contra el escepticismo que golpeaba sobre las filas de la socialdemocracia.
 Luego, frente al ascenso obrero de 1912, el partido abrió sus puertas de par en par para organizar a los trabajadores que salían a la lucha, se creó la Pravda, una diario de amplia circulación que recibía 11 mil denuncias obreras al año, sostenido económicamente por cientos de círculos obreros. 
Las experiencias de utilización revolucionaria de la tribuna parlamentaria (Dumas) en diferentes períodos. 
En 1914, ante la Primera Guerra Mundial, la lucha en minoría de Lenin por el internacionalismo revolucionario.
Años después, en febrero de 1917 estallaría la revolución, derrotando al régimen zarista. Lenin y la mayoría de los principales dirigentes bolcheviques estaban en el exilio. Trotsky se preguntaba posteriormente, ¿quién dirigió entonces la revolución de febrero? Y respondía: los obreros formados por Lenin. 
Se refería justamente a toda esa historia previa de avances y retrocesos donde el Partido Bolchevique fue moldeando aquella vanguardia. 
Los mismos militantes bolcheviques y la misma vanguardia en la que Lenin se apoyó a su regreso en abril de 1917 para imprimirle un curso revolucionario al Partido Bolchevique, con el planteo de “todo el poder a los soviets”, contra la política conciliadora de todo un sector de su dirección. 
Con aquella vanguardia fortaleció el partido desde su base, así como su dirección con la incorporación de dirigentes como Trotsky, que permitieron el éxito de la insurrección en Octubre. 
Sin todo esto no puede entenderse el triunfo de la revolución rusa.
Un partido revolucionario no puede improvisarse en el momento de la revolución; sin el aprendizaje de los momentos de avance y retroceso de la lucha de clases, sin la asimilación de las más diversas experiencias, no es posible construirlo. 
Los procesos actuales, como fuimos reseñando, plantean nuevas y mejores condiciones para luchar por la hegemonía obrera, fundamental para el triunfo del movimiento de masas y para abrir la posibilidad de constituir un nuevo orden social. 
En el caso de Chile, la irrupción masiva de una juventud dispuesta a enfrentar al régimen, es una muestra de ello. Es en torno a estas batallas, desde ahora y a través de los diferentes momentos del proceso, que nuestros compañeros y compañeras del PTR vienen luchando, en la medida de sus fuerzas, por poner en pie un partido revolucionario. Junto con ellos, desde el PTS y nuestras organizaciones hermanas en diferentes países somos parte de estas peleas. De lo que se trata es de aprovechar la experiencia de cada país, de cada proceso, desde una perspectiva internacionalista. 
Estamos convencidos que por fuera de estas experiencias, de este aprendizaje y sus conclusiones, y por más acuerdos diplomáticos en el papel que se hagan, no puede haber hoy una lucha real por la reconstrucción de la IV Internacional
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