sábado, 22 de junio de 2019



COLOMBIA: 15 años de la peor masacre en un pueblo Wayúu



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“No es normal que nosotros los Wayúu nos matemos”. Con esta frase, miembros de la comunidad indígena intentan explicar qué fue lo que pasó el domingo 28 de enero de 2001. Para ellos lo que sucedió hace 15 años en el resguardo El Rodeíto – El Pozo, ubicado en Hatonuevo (La Guajira), fue una masacre. 
Sin embargo, para las autoridades que atendieron la emergencia y para el resto del país que vio la noticia en diferentes medios de comunicación, lo que pasó ese día fue un ajuste de cuentas entre clanes Wayúu.
“La Policía fue la que se encargó de divulgar esa mentira a los periodistas e investigadores que llegaron a la casa donde estaban los cuerpos tirados”, le dijo a este diario Angélica Ortiz, miembro de la organización Fuerza Mujeres Wayúu quien le ha seguido la pista a estos hechos desde que sonaron los primeros disparos. 
Todos olvidaron, dice, que ese día se violaron por lo menos tres reglas de oro del código de guerra que los indígenas han obedecido desde tiempos ancestrales. “Pero como aquí no se respeta nuestra cultura, hicieron lo que quisieron”.
La primera de las normas dice que en guerra no se pueden matar a los niños: ese día, los atacantes mataron a una niña de 14 años e hirieron a otra de la misma edad. 
La segunda es la prohibición total de tocar a las mujeres en medio del conflicto: mataron a tres y otra quedó herida. 
La tercera les ordena que si hay un deseo de venganza entre los miembros de la comunidad, siempre hay que agotar la opción del diálogo antes de tomar medidas drásticas; ese día, no se dijo una sola palabra.
Familiares de las víctimas intentaron desmentir la versión que apuntaba a que los hechos eran el resultado de una pugna entre el clan Uriana, y uno radicado en Maicao (La Guajira), que agentes de la Policía y del DAS se encargaron de divulgar. 
Sin embargo, años más tarde la Fiscalía les dio la razón a los familiares de los muertos. Según el portal Rutas del Conflicto, Rafael Rafita Barros, uno de los narcotraficantes más poderosos de la región, fue quien ordenó los asesinatos. Personas cercanas a la familia explicaron que se trataba de un acto violento para silenciar a una mujer que había denunciado alianzas entre alias Rafita con paramilitares, y la existencia de una fosa común en el área rural de Maicao.
Al probarse que los Wayúu tenían la razón, el 28 de enero de 2001 pasó a convertirse en el día en que se perpetró la peor masacre contra esta comunidad indígena. 
Sin embargo, 15 años después, el caso está en completa impunidad. 
Este diario intentó establecer en qué va el proceso en la Fiscalía, pero no fue posible encontrar una respuesta pues en el archivo de la entidad no aparece. 
No se sabe entonces, por ejemplo, si alias Rafita fue llamado a juicio.
La Defensoría del Pueblo, que ha tomado declaraciones de afectados para incluirlos en el Registro Único de Víctimas (RUI), tampoco se pronunció cuando El Espectador quiso saber de qué manera se les ha hecho un acompañamiento.
“Según los papeles que nos llegaron de la Unidad de Víctimas, ya estamos registrados en el RUI. Esperamos que con esto podamos ser indemnizados económicamente, pero sobre todo, queremos que nos apoyen para que se sepa la verdad de lo que pasó”, explicó Isabel Carmona*, víctima directa de la masacre. Este caso, sin embargo, es un buen ejemplo del caos institucional: además de las respuestas de la Fiscalía y la Defensoría, cuando este diario se comunicó con la Unidad de Víctimas para saber qué hace falta para que esta comunidad tenga su respaldo, respondieron que no tienen información sobre estos hechos pues todavía no hay registros en el RUI y que, por ahora, no tienen pensado viajar a La Guajira.
Con o sin la compañía de las autoridades, hoy en el resguardo El Rodeíto – El Pozo se reunirá toda la comunidad para recordad lo que pasó. 
El Espectador habló con Isabel Carmona*, quien el día de los hechos perdió a sus papás, cinco hermanos y un primo
Este es el relato que contó en un español con dificultad para conjugar los verbos -no es su primera lengua-, pero con la memoria intacta del horror que vivió el día que se perpetró la masacre que más víctimas Wayúu ha dejado en Colombia y que hoy pareciera no tener la importancia que merece.
“Mi familia y yo estábamos desenguayabando la fiesta de cumpleaños de uno de mis hermanos en un quiosco del resguardo. Tuvimos una noche llena de baile, risas, comida, mamadera de gallo y trago. A esa hora ya se habían ido a dormir mi esposo y mis hijos y yo me quedé en la parranda porque a mi papá le encantaba verme bailar. Pero vimos una Toyota llegar a la puerta. Abrieron las ventanas y disparando al aire. No pude ni ver cuántos habían disparando porque me asusté y me tumbé al suelo.
Dispararon y dispararon y mi papá cayó. Yo solo gritaba porque no entendía qué estaba pasando y ni tuve tiempo de ver a mi mamá pa’ que saliéramos corriendo y esconder. Dispararon más pero yo salí a correr a buscar a mis hijos. Solo pensaba en ellos, que no les pasara nada. No paraba de llorar. Me encontré con mis seis niños y esposo pero me faltaba uno y ahí mismito pensé que me lo habían matado. Pero seguí corriendo y me monté al monte con todos ellos y una niña tenía disparada la pierna y no podía caminar.
Me pedía agua, ¿pero yo cómo le iba a dar de beber en el monte mientras corríamos? Llegamos muy arriba de la Sierra y esperamos un rato. Cuando escuché que la camioneta salía del quiosco decidí volver para saber qué había pasado con papá, mamá y hermanos. Dejé a los pelaos arriba con la niña que sangraba. Mi mamá sentada a un lado herida. No decía nada, sólo lloraba. Seguí caminando y cuando vi a ese montón de gente muerta en el piso me puse fue a gritar como loca. Gritaba que me llevaran a mamá al hospital y alguien lo hizo. Pero allá murió. Me mataron a mis papás, a cinco hermanos, y un primo. ¿Uno cómo sigue después de esto?
Lo que pasó después fue peor. La Policía me decía que eso había sido culpa de papá porque tenía problemas con otros. Mentira. Lo único que él hacía era sembrar café y cuidar fincas suyas en Sierra. Me tocó salir de aquí por miedo. No quería que nos hicieran otra vez esto. Pero el corazón de todos se enfermó. Mis abuelos murieron de eso y mi esposo también. Yo quedé sola en el pueblo sin nadie ayudarme con mis hijos. Nadie ha venido aquí a ayudarnos y a preguntar por la verdad. Por eso no perdono todavía. Yo pido con dolor de mi alma que se haga justicia. Con esa masacre me quitaron todo y eso es muy difícil de perdonar.”
*Nombre modificado por seguridad.
TOMADO DEhttps://notiindigena.wordpress.com
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