miércoles, 11 de octubre de 2017

Franquismo visto desde la Visión del Cuento

Algunos cuentos mas del hoy con la mete puesta  en el pasado, pasado imborrable pues el Franquismo Fascista sigue estando presente.

martes, 10 de octubre de 2017

Los sicarios de Falange salieron a la calle meses antes del golpe con la violencia a flor de piel, rompiendo manifestaciones obreras, agrediendo a personas que se movilizaban pacíficamente en demanda de sus derechos sociales y laborales, nadie imaginaba que desde la noche del sábado 18 de julio del 36 estarían asesinando a miles de canarios.

La reunión con el gobernador civil Antonio Boix Roig de varias organizaciones revolucionarias solicitando armas para defender al pueblo de los ataques fascistas no funcionó, el alto funcionario de la República justificó su negativa en que no sería necesaria la utilización de la violencia, que los rumores de alzamiento sedicioso eran infundados, que estaba todo muy controlado, que sería imposible cualquier tipo de sublevación militar.

Cuando salieron del breve encuentro la decepción era generalizada entre los asistentes, Antonio Aguiar, responsable de la Federación Obrera y sindicalista aparcero en el noroeste de Gran Canaria fue el primero que habló:

-Este hombre no se entera de lo que está pasando, no ha visto lo que han hecho esos asesinos en las manifestaciones, la crueldad de sus actuaciones contra nuestro pueblo-

El resto de compañeros asintieron con la cabeza, se tomaban unos vasos de agua y varios cafés en un bar junto al Campo España, cuando escucharon los cánticos y vieron pasar al numeroso grupo faccioso por la calle León y Castillo, un aire marcial en el desfile, uniformados y las miradas de odio cuando los vieron en la puerta, encabezaba la marcha el jefe requeté Dionisio Barber Urquijo, que llevaba una bandera azul con el yugo y las flechas, cantaban el “Cara al sol”:

-Estos nos van a matar a todos, tienen armas de los terratenientes y militares traidores- exclamó en voz muy baja Santiago Alcántara abogado canario, colaborador del diputado comunista Eduardo Suárez en la defensa de los derechos de las mujeres tabaqueras.

Los falangistas siguieron hacia la calle Triana, la gente los miraba con miedo, algunas mujeres cerraban las puertas y ventanas a su paso, veían en ese grupo a tipos vinculados a los caciques, encargados de los tomateros de los Betancores, del Conde o la Marquesa, personajes siniestros que llegaban incluso a golpear a quienes disminuían el ritmo de trabajo en las interminables jornadas laborales de la mañana a la noche por un sueldo ínfimo.

También había algunos niños que portaban banderas con simbología vinculada a la Iglesia Católica, a lo que ellos llamaban la “Santa Cruzada contra la “conspiración judeo-masónica y marxista”, un desfile que metía el miedo en el cuerpo de la gente al ver en el grupo a quienes ejercían y apadrinaban la injusticia, abusando del poder que les daban los conocidos como los “dueños de la isla”, los mismos apellidos del holocausto indígena, los que se repartieron las tierras, los manantiales, los barrancos por donde corría más agua, dejando para el pobre solo la miseria, la esclavitud, la explotación y el hambre.

La comisión de representantes de organizaciones gremiales, partidos de izquierda y sindicatos se despidió con mucha decepción, algunos abrazos, vivas a la República, todos sabían que la muerte esperaba agazapada, que ya sería inevitable el genocidio.

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lunes, 9 de octubre de 2017

Ante los brutales ataques fascistas

Viendo a los grupos fascistas amparados por el régimen español, con una policía pasiva ante las gravísimas agresiones sobre quienes se manifiestan de forma pacífica, recibiendo golpes con barras de hierro, patadas, puñetazos, bebidas ardiendo en el rostro de periodistas que hacían su trabajo, se ve a las claras la estrategia del nuevo partido único español PP-PSOE-Cs, la misma que iniciaron en el 36 quienes llenaron España de fosas comunes y cunetas, con cientos de miles de asesinatos de estado.

El mismo modus operandi, generar terror, respaldar a grupos de asesinos fanáticos, violentos, armados hasta los dientes, con la insólita pasividad, tal como hemos visto este lunes 9 de octubre en Valencia, de los cuerpos de seguridad, que observan sin apenas actuar, como los cachorros de la mafia franquista masacran al pueblo, mujeres, hombres, niñas, niños, víctimas de sus brutales ataques que ahora mismo se están visualizando en todas las televisiones del planeta.

¿Están dispuestos a asumir un nuevo genocidio ante la mirada atónita de la comunidad internacional?

¿Van a seguir alentando y estimulando a estas bandas terroristas contra quienes pensamos diferente?

Este régimen ha estado estos últimos cuarenta años tratando de ocultar su fascismo congénito, ahora al ver peligrar su cortijo de robos y saqueos de todo lo que huela a público, saca su verdadero rostro, el rostro del falangismo, del nazismo, del crimen, de las ideologías más sanguinarias de la historia, de los “paseillos”, los tiros en la nuca, las Brigadas del amanecer, las desapariciones masivas, la tortura y la muerte.

Lo tenemos delante, en directo, en los escasos medios de comunicación que no manipulan la información, en medios internacionales que nos ofrecen estos vergonzosos atentados terroristas contra quienes ejercen el derecho legítimo y constitucional a la libre manifestación.

Si esto no se para por quien se tiene que parar, si no se detiene e imputa a estos criminales, no quedará otra salida que defenderse de la forma que sea, resistir los ataques fascistas para evitar una nueva masacre, no podemos permitir que de nuevo conviertan España en un cementerio.

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Los ultras revientan la manifestación del 9 d’octubre en Valencia ante la impunidad policial. EFE/Biel Aliño

Delirio de sombra

Sobre las ocho de la noche no se sabe porqué pero Diego González comienza a quejarse, habla de miedos ancestrales que le marcaron su vida, todo se complica al ponerse el sol, es raro, no lo podemos entender, pero se planta en esa nebulosa de recuerdos negros y no puede salir de ese túnel del terror:

-Va a pasar algo, va a pasar algo, ya vienen subiendo por el callejón, son varios hombres, escondan al niño, escóndanlo, que no lo vean, sáquenlo de la cuna, sáquenlo, que no lo vean, que no lo vean- dice Diego en su delirio, siempre a la misma hora, no puede olvidar, no puede perdonar a los asesinos de su hermanito de cuatro meses aquel 24 de diciembre del 36.

Se inquieta, ni la televisión lo entretiene, se levanta, comienza a asomarse a la puerta que da al patio de las flores, mira la puerta, mira la calle, se mete dentro, vuelve a asomarse, inquieto, asustado:

-Ya vienen, ya vienen, oigo los pasos, va a pasar algo, va a pasar algo, escondan a Braulito, mi padre Pancho no está, está escondido en las montañas hace seis meses, no está, ya vienen, ya vienen, van subiendo la cuesta son siete hombres de azul con pistolas y fusiles, escondan al niño, escóndanlo- vuelve a repetir sin tranquilizarse, siempre a la misma hora, cuando el sol se pone y llega la oscuridad.

Loba la perra canela lo mira preocupada, también está nerviosa al verlo sufrir, se le acerca le lame la mano, se tumba a su lado, se pone boca arriba como invitándolo a jugar, pero él sigue mirando, acechando el callejón, la llegada de la Brigada del amanecer cuando se acerca la noche, aquellos hombres que asesinaros a su hermano cuando Diego tenía 11 años, la noche de Navidad, aquella Navidad sin turrones, sin golosinas, sin alegría, sin esperanza, solos en la humilde vivienda, entretenido junto a sus hermanos en ver pasar las estrellas fugases.

Varias veces en Urgencias, allí parece tranquilizarse un poco cuando lo auscultan los médicos, pero al volver se junta de nuevo el dolor, la confusión, el miedo, la boca seca, sin saliva, en el instante que vio volar a Braulio contra la pared, los gritos de los fascistas, los alaridos de Lola su madre cuando no se podía parar la hemorragia de la cabeza del bebé.

Los guardias civiles y falangistas abandonando el recinto tras el asesinato, la Nochebuena más triste de su vida, por eso nunca la celebró, yo no lo entendía pero luego supe lo que había pasado, por eso se quedaba fuera fumando mirando al cielo, recordando al chiquillo, a su padre fusilado tras entregarse después de la muerte de Braulio:

-Está llorando un niño, está llorando, está llorando, va a pasar algo, va a pasar algo, está llorando mi hermanito, ya vienen, escóndanlo, escóndanlo, van subiendo, cierren bien la puerta, hay hombres fuera, mataron al perro, se escuchó un disparo, mataron al perro, ahora vienen, ahora vienen, escóndanlo, escóndanlo-

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Madre con niño asesinado (II) postscripto de 

"Guernica" (Pablo Picasso)

domingo, 8 de octubre de 2017

La inexplicable levedad de la noche

Eloisa Vera y Carmita Mendoza, hacían todos los días la misma ruta desde Tenoya a Los Giles, para trabajar de sol a sol en los tomateros de los Betancores, a las cinco de la mañana todo estaba oscuro y a la altura de la finca de Las Maquinas oyeron gritos de hombres, el silbido de la pinga de buey en el aire, el cuerpo se les congeló de repente, eran voces jóvenes que rogaban por Dios que nos les pegaran más, que por favor los mataran para dejar de sufrir.

Estremecidas trataron de irse cuanto antes de esa zona del horror, pero tuvieron que parar porque por el camino de tierra venían muchos falangistas y guardias civiles, era muy peligroso, sabían de sus tres compañeras de Casa Ayala que habían sido violadas varios meses antes, así que decidieron esconderse bajo una choza de cañas amontonadas.

Desde allí en el fondo del barranco vieron a cinco jóvenes de San Lorenzo, Tamaraceite y el Dragonal Bajo, los conocían de la Federación Obrera, eran Carlos Vega, Natalio Cabrera, Manuel Dieppa, Agustín Angulo y Antonio Mayoral, habían venido muchas veces a la hacienda, siempre traían algo bueno, consejos, asesoramiento para evitar las condiciones laborales de semi esclavitud, el derecho de pernada económico, los abusos sexuales de los brutales encargados. Siempre dispuestos a ayudar en todo, chicos muy jóvenes, de no más de 25 años, que les aportaban tranquilidad y alivio ante tantas horas de durísimos trabajos.

Allí estaban los cinco arrodillados a la fuerza, con las manos atadas a la espalda, mientras recibían los latigazos con la pinga de buey de varios de los encargados de los Betancores, entre ellos el conocido como “Verdugo de Tenoya”, les daban muy fuerte, los muchachos gritaban de dolor y al lado de la choza de madera el cacique Ezequiel Betancor junto a varios jóvenes de la oligarquía, entre ellos, Francisco Bravo, Pelayo Benítez de Lugo, Ernesto Bento y el jefe falangista Manolo Roldós, encargado esa noche de las interminables sesiones de tortura que habían comenzado varias horas antes en el cuartelillo de Tamaraceite.

Eloisa y Carmita estaban desaladas, lloraban en silencio viendo los niveles de maldad de aquellos asesinos, el sadismo ilimitado sobre unos hombres que lo único que habían hecho es ejercer como sindicalistas, defender los derechos de un colectivo de mujeres explotadas, masacradas por el caciquismo ancestral de aquellas islas desafortunadas.

No podían marcharse, por el camino venían ahora camiones repletos de hombres detenidos por los falanges, los vehículos de los Betancores cedidos a los sediciosos para facilitarles el genocidio:

-Hijos de puta porque no nos sueltan y dejan los látigos, no tienen cojones de pelear contra nosotros aunque estemos destrozados- dijo llorando Manuel Dieppa, mientras comenzaban a golpearlo con las culatas de los máuser en la cabeza.

El chico se quedó inmóvil en el suelo después de sufrir violentas convulsiones durante unos segundos, el resto se quedaron agachados, con la cara pegada a la tierra volcánica, tal como quería el jefe Roldós que brindaba con ron de caña junto el resto de caciques por la Santa Cruzada, medios borrachos no paraban de reír a carcajadas y hacían bromas sobre la identidad sexual de los torturados:

-Siempre los rojos fueron maricones, por eso nos follamos a sus mujeres quieran o no, no hay machos como quienes defendemos a esta España grande y libre- arengó con voz ronca el hijo de la Marquesa.

El fascista Ernesto Bento sacó la pistola Astra y tambaleándose comenzó a disparar a los muchachos, fallaba por la borrachera y les disparaba en las orejas, los hombros, los ojos, hasta vaciar el cargador en las cabezas de quienes esperaban ansiosos la dulce muerte.

Las mujeres abrazadas fuertemente no podían separarse y el miedo les penetraba el alma, salieron del escondite, ya el camino estaba libre de peligros, solo el viento frío que venía del mar, avanzaron hacia la jornada de trabajo, tristes, llorosas, ya no había quien las defendiera.

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Foto de Gerda Taro

sábado, 7 de octubre de 2017

Un caballo para el abismo

El que picaba la coca era el comisario Sánchez Barrientos, el alcalde y los tres diputados miraban admirados el estilo casi artesanal del viejo policía:

-Son muchos años de incautaciones a pie de calle señores, desde aquellos felices 70-80 cuando empezamos a meter la heroína en los barrios obreros de Vascongadas, Cataluña, Galicia, Canarias..., allí donde hubiera cualquier movimiento de jóvenes subversivos, en pocos meses los convertimos en zombis, la consolidación de la Santa Cruzada- dijo el gallego sin dejar de picar el polvo colombiano, la mirada profunda y un pin con la bandera franquista en la solapa de la chaqueta.

El encuentro en el chalecito de las afueras de Medina del Campo del guardia retirado con sus antiguos colegas era para rememorar “los buenos tiempos”, la esposa de Barrientos tenía preparado todo con sus criadas, botellas de ginebra,whisky, ron reserva y abundante comida, sobre todo el asado de un jabalí de más de setenta kilos cazado el día anterior.

Todos eran mayores de sesenta, hacía unos cuantos años que no se veían, desde aquellas reuniones interminables con narcotraficantes “amigos” en la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol, organizando la intoxicación de los movimientos sociales:

-Se hace necesario reconocer el buen trabajo de este gran patriota, de nuestro comisario por el bien de España y nuestro inmortal Caudillo Francisco Franco Bahamonde- exclamó en una arenga interminable el viejo alcalde con un jersey celeste atado al cuello, mientras se tomaba otro gin tonic y la tercera raya.

Todos prorrumpieron en aplausos y vítores hacia un Barrientos que en pie hacía reverencias y levantaba el brazo haciendo el saludo nazi:

-Queridos amigos, excelencias, me vienen a la mente los años destinado en la comisaría de la Plaza de la Feria en Las Palmas, cuando llegaban los faldos de “caballo” y comenzaba el reparto, no fue fácil llegar a los camellos, les entregamos mucho dinero, flejes de billetes de mil pesetas, empezamos por el barrio de El Risco de San Nicolás, para seguir extendiendo la intoxicación colectiva por San José, San Juan, San Roque, La Isleta, Guanarteme, Rehoyas, Polvorín, Schamann, La Paterna, Tamaraceite, Jinámar..., tantos lugares donde en unos meses teníamos la cosa controlada, en menos de dos años ya casi no quedaban movimientos organizados, muchos de esos jóvenes solo pensaban en buscarse la siguiente dosis recurriendo a lo que fuera: robar, prostituirse, darnos chivatazos. Esta gran obra por el bien de la patria hay que agradecérsela a todos los cuerpos de seguridad, a tanta gente de bien, al heroico ejército que colaboró con los narcos para facilitar la entrada de los barcos cargados de droga en las islas, en cada rincón de este nuevo reino reconstruido y puesto en funcionamiento por nuestro Generalísimo para la construcción de una nueva España- dijo tosiendo, casi llorando, el viejo fascista, entre la algarabía de sus contertulios, la borrachera colectiva y los efectos estimulantes del abundante polvo estupefaciente con alto grado de pureza.

-Caballeros por La Legión, por la Guardia Civil, por nuestro imperio sacrosanto, por la infinita misericordia de nuestro señor Jesucristo, ¡Arriba España! ¡Viva el Rey!- gritó uno de los diputados del partido del gobierno español aquel crítico 2016, con todo tipo de escándalos de corrupción política, de saqueo generalizado de las arcas públicas.

El viejo y laureado policía llevaba sus medallas al pecho, cruces con camellos de las guerras de África, órdenes al honor y al merito, se volvió a levantar y mandó callar al resto con un grito:

-El sitio donde más problemas tuvimos fue en Vascongadas, allí estaban muy organizados los hijos de puta y había una banda armada, tuvimos que andar con pies de plomo e introducir a nuestros hombres en muchas de las organizaciones, nunca les perdonamos que hubieran volado por los aires a nuestro insigne general don Luis Carrero Blanco, por eso no tuvimos tregua, hasta conseguir en parte nuestro objetivo, pero no del todo porque no se dejaron anular, siempre quedaron algunos que seguían jodiendo y movilizándose- finalizó el policía fascista, pero ya aquello no parecía una reunión, más bien un grupo de degenerados que pedían tomar los coches y marchar a la casa de putas del hotel de Pitita Fuentes.

Las criadas recogieron la mesa cuando ya no quedaba en la casa sino la mujer de Barrientos encerrada en la habitación, no dormían juntos hacía muchos años, vasos rotos, botellas vacías, carne asada esparcida por los suelos, polvo blanco en la mesa, varios billetes de cincuenta euros utilizados para esnifar.

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Ilustración de Miguel Brieva (Revista Cáñamo) 

La tumba del viento

La dulce fragancia de las flores en el barranco de Chanica entraba por las grietas del techo de cañas y barro de la “Casa de los lagartos”, en ese instante Luis Ramos y Margarita Ramírez se asomaban por la pequeña ventanita y veían el universo de colores entre el bosque de acebuches, las formas del viento en la abundante vegetación y los rayos de sol violando la profundidad de la selva termófila.

Al caer la tarde el canto de los pájaros inundaba aquella paz alterada, las aves buscaban hueco entre las ramas para pasar la noche, entonaban una especie de sincronizado himno al descanso, a la seguridad, a la paz del espacio sagrado.

A esas horas de oscuridad salían de la vivienda bajo el estanque de barro, antes Luis, subía a una pequeña loma por si se veían luces subiendo desde San Lorenzo o bajando desde San José del Álamo, luego regresaba a buscar a Margarita y le decía que saliera “que no había peligro”.

Juntos recorrían siempre el mismo sendero hasta la subida de La Milagrosa, un ejercicio necesario después de tantas horas encerrados en un recinto tan reducido, donde apenas podían moverse, abrazados, apretados uno contra el otro en las frías noches de invierno, asados de calor en los tres veranos consecutivos desde julio del 36.

Luego reposaban unos minutos en la misma piedra gigante desde donde se divisaba el antiguo valle de Atamanrraset, luces pequeñitas de hogares donde seguramente en ese momento había familias que tenían la suerte de no ser perseguidos por sus ideas, se las imaginaban cocinando algún potaje de berros o jaramagos, los chiquillos jugando en el patio, una radio encendida escuchando alguna música que venía de más allá del mar, las noticias de la dictadura fascista, la voz del criminal que había ordenado asesinar a miles de canarios en pocos meses, el general Franco hablando de la inminente victoria de la “Santa Cruzada”.

Casi al amanecer se repetía el mismo ritual, comían algo de pan duro que le traía Justo “El caminero”, amasaban gofio del manantial de “Aceite y vinagre”, comían despacio mirando el agua del estanque, el revoloteo de las garzas reales que comenzaban a despertar, el canto de la fochas llamando a sus crías, entraban al diminuto habitáculo, calzaban la puerta por dentro con los troncos de eucalipto, colocaban la hierba seca en la ventana y se metían en la zanja con el colchón de paja, tapando la parte superior con la vieja puerta de tea.

En la oscuridad, les venía el sueño, a veces hacían el amor, otras veces venía la pesadilla, los pasos de las botas militares, el aullido de los perros de azul en busca de sangre, siempre era lo mismo, no tenían reloj y calculaban el tiempo por los latidos de sus corazones, por la temperatura de sus frágiles cuerpos unidos por el silencio de lo eterno.

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Pintura Oskar Kokoschka, "La novia del 

viento".

jueves, 5 de octubre de 2017

La calle mojada

Eran casi las nueve de la noche y la puerta de la casa del falangista conocido como el “cojo Acosta” estaba semi abierta, justo en la cuesta, en un lateral de la Carretera General de Tamaraceite, aparcaron dos coches, uno negro y muy grande y otro gris oscuro más pequeño con cinco hombres en su interior, se bajaron sigilosamente, miraron alrededor, no había nadie, solo subía un señor mayor encorvado, con un perro podenco joven, que venía de entrenarlo en los estanques de San Lorenzo.

Entraron muy rápido en la casa y la madre del cojo había preparado una mesa con queso duro de flor de Guía, carne de cochino frita, tomates aliñados con aceite y vinagre, dos conejos asados, varias botellas de ron de El Charco, tres de vino de El Monte Lentiscal y una caja de puros habanos.

Tomaron asiento en los sillones y sillas dispuestas casi en circulo con una pequeña mesa de madera noble en medio, hacía rato que había llegado el fascista Bravo y los guardias Santos y Pernía, se saludaron efusivamente y tras varios ¡Arriba España! ¡Viva Franco! comenzaron la reunión:

-Traigo una lista con más de cien nombres, la mayoría son del municipio de San Lorenzo, aunque ayer en Arucas elaboramos otra de seiscientos rojos y masones- dijo el joven terrateniente del municipio de Firgas apellidado Rubio Guerra.

Los hombres aplaudieron embriagados por el ron entre vitores, el vino, la carne y el queso picante, los de Tamaraceite aportaron más nombres, entre ellos el del alcalde comunista Juan Santana Vega, el secretario municipal Antonio Ramírez Graña, el jefe de la policía Manuel Hernández Toledo y los sindicalistas de la Federación Obrera y del Frente Popular Matías López Morales y Francisco González Santana, junto a una lista inmensa donde estaban entre otros muchos Juan Tejera Pérez, Alejandro Araúz Rada, Salvador Cedrés Díaz, Rafael Díaz Matos, Juan Manuel Dieppa Delgado, Antonio González Mendoza, Francisco Hernández Pulido, Francisco Martín González, Carlos Mortes Rufino, Elías Ángel Pérez Baeza, Saturnino Rivero Díaz, Agustín León Torres y otros más.

Junto a cada nombre había breves referencias sobre su militancia, profesión o si ocupaban algún cargo en sindicatos, gremios, logias, partidos de izquierda o instituciones públicas, además de una pequeña nota sobre si serían fusilados con consejo de guerra sumarísimo o asesinados de forma clandestina y desaparecidos, casi todos tenían una referencia con palabras en clave sobre el lugar de la posible desaparición: Simas como la de Jinámar y otros agujeros volcánicos en Bandama, Los Giles, Santa Brigida, La Atalaya, etc., pozos como los de Arucas, Tenoya, Tamaraceite, San Lorenzo, El Román, Guayadeque, Guanarteme, Azuaje, Los Cernícalos, Barranco Hondo, Don Zoilo, Guayedra, El Risco, Sardina del Norte, Las Huesas y otros siniestros puntos de la premeditada organización del genocidio:

-Joder nos vamos a hinchar a matar a estos hijos de puta desde el sábado 18 de julio- exclamó ya muy borracho el joven teniente de la Guardia Civil y cacique agrícola Julián Barber.

El resto del tiempo lo dedicaron a la aportación de más nombres, las listas eran pasadas en una máquina de escribir por el funcionario de correos, Borja Bravo de Laguna, vecino de Tafira en Las Palmas, cada papel se lo repartían entre los miembros de la reunión hasta que comenzaron los habanos y las risas por la borrachera, la madre del “cojo Acosta” trajo más ron, ya no le quedaba vino y siguieron dando nombres, incluso de las mujeres y novias que don Pedro Viana, el cura del pueblo había desvelado de los secretos de confesión, los que iba anotando hacía más de un año en una libreta negra:

-Esta Santa Cruzada ya nadie podrá pararla, vamos a darles café a estos perros separatistas y republicanos- dijo casi llorando de emoción y tambaleándose Anastasio Del Río Ayala, antes de salir hacia los coches junto con el resto de hombres.

Eran casi las dos de la madrugada y en Tamaraceite la calle estaba mojada, caía una fina lluvia de abril, se escuchaba el llanto débil de un bebé en una casa subiendo hacia La Montañeta, su madre miraba en silencio con miedo y pena tras la vidriera arropada por la oscuridad.

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miércoles, 4 de octubre de 2017

La visita a ninguna parte

El coche iba a llegando a las afueras de Camas en Sevilla, Sergi, Silvia y sus niñas Laia y Esther, decidieron parar en una gasolinera para comer algo y descansar, en el aparcamiento dos hombres les increparon por llevar matricula de Barcelona:

-Putos polacos de mierda, váyanse pa su tierra pishas hijos de puta- dijo el más gordo con una gorra de la selección española.

Las chiquillas atemorizadas se abrazaron a las piernas de su madre y Sergi solo los miró un segundo, no dijo nada, incluso les quitó la vista diciendo a su mujer que “subieran al coche” que “se iban”, que “no querían problemas”, en ese momento el otro hombre se le acercó y lo zarandeó empujándolo contra un camión cargado de cerdos vivos.

Le hizo una brecha profunda en la frente, mientras el otro tipo comenzó a darle puñetazos y cabezazos sin que el muchacho pudiera defenderse al estar conmocionado por el fuerte golpe en la cabeza, Silvia gritaba pidiendo ayuda, desde el bar con un letrero de Pepsi Cola se asomaron varios paisanos con botellas de cerveza en la mano, se limitaron a mirar, alguna sonrisa y comentarios jocosos sobre Silvia que les pedía ayuda:

-Tiene buenas tetas la puta polaca- gritó entre risas uno de los hombres con una cicatriz en la parte inferior del ojo derecho.

Sergi estaba en el suelo recibiendo patadas en todo su cuerpo, sobre todo en la barriga, la cara y la entrepierna, pidiendo que “por favor lo dejaran, que no les había hecho nada”:

-¡Arriba España cabrón separatista! -¡Mátalo ya hostias!- dijo el obeso conductor sudoroso del camión de cerdos, asomado a una ventana de la pequeña terraza del bar de carretera con un cubata en la mano.

Silvia le tapaba los ojos a las niñas, no paraba de gritar que “lo dejaran por favor”, que “dejaran de pegarle”, pero los hombres seguían dándole golpes y ya el chico nacido en Terrassa estaba sin conocimiento, en posición fetal, como tratando de evitar más golpes, más patadas, más puñetazos en cada centímetro de su cuerpo.

Varios de los clientes del restaurante se acercaron e hicieron un corro alrededor del cuerpo de Sergi:

-Está muerto cabrones, lo habéis matao cojone- dijo el operario de la gasolinera.

Varios de los hombres rodearon a Silvia, le quitaron a las niñas, la muchacha chillaba, uno la agarró por los brazos, mientras otro le hacía tocamientos en el pecho y las nalgas, otro le rompió el vestido dejándola en sujetador, a las niñas las encerraron en la parte trasera del coche.

-¿Nos la follamos y luego desaparecemos los cuatro cuerpos?- comentó con sorna uno vestido con ropajes militares que utilizaba para trabajar las tierras y cazar.

Sergi comenzó a moverse y arrastrarse hacia el coche dejando un reguero de sangre, Silvia se soltó medio desnuda y trató de ayudarle a levantarse, todos los hombres se quedaron parados, ninguno hizo nada, solo el de la gasolinera dijo que “los dejaran marcharse”.

Un jeep de la Guardia Civil salió de la trasera del bar, venía de una carretera de tierra entre olivos, pararon y se unieron a la turba y su espantosa juerga:

-Son polacos, son polacos- dijo un señor mayor con un mono manchado de grasa con aspecto de mecánico.

Los policías no hicieron nada, observaron como Silvia ayudaba a subir en el asiento delantero a Sergi, poniéndose al volante, dándole al contacto, intentando poner en marcha el pequeño Autobianchi, tras varios intentos sonó el motor, los hombres irrumpieron en carcajadas junto a los guardias:

-Corre puta, vete pa Polonia, que aquí semos hombres de verdad y te podemos dar por culo guarra- exclamó un joven con bigote, muy alto, con una camiseta de la olimpiada de Moscú 1980, celebradas un año antes de aquel intento de visita a la familia de Silvia en Albaida de Aljarafe.

Jamás llegaron a su destino, regresaron a Peratallada tras una parada en un pequeño centro médico de Castilblanco de los Arroyos, las niñas no hablaron en todo el camino.

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Pintura de Estefanía Hernández Guerra "Miedo, si, miedo"

martes, 3 de octubre de 2017

Y apenas te sentí

En la habitación del hospital de El Sabinal Pablo y su padre Daniel se miraron a la cara mientras Margarita su madre agonizaba, tenía esa respiración acelerada de los últimos momentos, la boca abierta y los ojos cerrados, el sonido de quien se aferra a la vida y no quiere partir:

-Qué suerte has tenido con esta mujer viejo, siempre la tuviste contigo incluso en los peores momentos de la cárcel-

Su padre agachó la cabeza y tomó la mano de Marga, se aferró a ella en aquellos instantes finales, los dedos recorrieron su palma siempre tan suave, recordó el día exacto en que se conocieron en la fiesta de la Plaza de Santa Ana por el No a la OTAN.

De cuando se cruzaron sus ojos haciendo la pancarta que iba en el escenario, Daniel con una camiseta blanca de Lee Jeans, ella con un vaquero corto con una pegatina del Che en el bolsillo trasero, el bullicio de miles de personas ilusionadas con la gran movilización por la paz, donde había Comités Populares en cada rincón de la isla.

El clamor de un pueblo para evitar las bases militares norteamericanas en Canarias, la utilización de las islas como plataforma de agresión a los pueblos africanos, la importancia de la neutralidad del Archipiélago para garantizar un futuro de paz y progreso para su pueblo.

Enseguida hicieron buenas migas, Daniel era muy gracioso, siempre estaba de bromas, llevaba un pendiente con una minúscula figura de Bob Marley, tomaron ron y cola en el chiringuito de la gente del Lomo Blanco, jareas asadas con alcohol, todo fue tan rápido, tenían apenas 17 años, muchas ilusiones, la esperanza de cambio en sus ojos, la que pensaban inminente revolución de la luz y las banderas estrelladas, el azul, amarillo y blanco de la independencia, de la legítima autodeterminación de su pueblo, la consecución de una educación pública y gratuita, una sanidad para todos, la recuperación de la agricultura y hacer frente a la invasión del turismo depredador, el que destrozaba las islas con todo tipo de construcciones masivas, mafias organizadas, narcotráfico, trata de blancas, reparto de drogas por la policía española entre la juventud de cada uno de los barrios más organizados y luchadores.

Allí en la cama del hospital la pobre Marga mantenía el mismo gesto a pesar de las arrugas, de los efectos de la demoledora enfermedad, sin pelo, temblando y sobre todo respirando convulsamente, pero era la chiquilla de siempre, la que bailaba al compás de los ritmos de los Van Van en la grada curva, la que lo abrazaba con el “Ojalá” de Silvio Rodríguez entre cigarros de la risa y puños en alto.

En la pequeña televisión del vecino de cama se escuchaba bajito el informativo sobre la violenta intervención policial en Catalunya, los uniformados arrastraban a una joven por los pelos por una escalera mientras le partían uno a uno los dedos de las manos, otro de los fascistas armado hasta los dientes le tocaba las tetas a la chica entre risas y burlas, Daniel miró a Pablo con el ceño fruncido:

-Si esto hubiera pasado en mis tiempos les pegamos fuego a estos hijos de puta- dijo indignado sin soltar la mano de Marga.

Pablo lo tranquilizó apretándole con cariño el hombro, le masajeó la espalda y siguieron viendo los actos represivos del régimen español en aquella hermana tierra, la que habían visitado varias veces en sus vacaciones, casi desde que el muchacho era un niño pequeño, ambos tenían en mente el buen trato que recibieron, como los acogieron en cada pueblo, la amabilidad y acogida de aquel pueblo noble y luchador.

En ese momento Marga le apretó la mano a Daniel, parecía escucharlo todo, un apretón fuerte, dejó de respirar tan fuerte, una media sonrisa se dibujó en su cara, sus ojos no se abrieron en el momento de soltar las riendas, encaminarse hacia aquella paz que la inundaba.

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Movilización antiOTAN en Las Palmas de Gran 

Canaria años 80

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