martes, 16 de enero de 2018

Año nuevo, nada nuevo

Llegó 2018 y con él regresó Julio Borges a Venezuela, después de un mes de ausencia, con un premio Sarajov en la maleta, y un sombrerito de turista gringo fallando en el intento de disimularle las cejas. Llegó para entregar la presidencia de la AN en desacato a Omar Barboza, del partido de Manuel Rosales, quien, por cierto, tuvo unas merry christmas en Disney World. Y Delsa y Stalin bravos porque, cónfiro, son ellos los que ponen el pecho, los que dan la cara, porque, ¿dónde estaba Barboza durante las guarimbas del año pasado? Pasado, Barboza es el pasado y Stalin y Delsa son AD-Juventud, pasada de horno, pasada de Botox, pero juventud. Habrá que buscar un partido que los sepa querer, pero visto lo visto ya no hay partidos adónde saltar.
Capriles no suelta a Primero Justicia. "El candidato soy yo". Su adicción a las derrotas deja huellas en su cara. Aferrado al Periscope, habla solo, arma peos solo, intenta en vano ser malote, el gafo del salón que el antichavismo llevó a ser triple candidato, triple perdedor, insiste en transmitir su decadencia como un reality show que nadie ve. Es el turno de Borges, o eso cree él, que siempre está detrás, esperando, esperando, pero es tan intragable que siempre lo posponen, "ahora no Julio, tú eres más valioso suplicando sanciones contra tu país, tratando de dar lástima, aunque esto último no te sale muy bien porque la grima se impone…".
Voluntad Popular es la nada, una silla vacía en la Asamblea Nacional, vestida con una franela que intentaba recordarnos que ahí faltaba alguien que nadie quería recordar. El hobbit hitleriano escondido bajo las faldas de Pinochet tuitea su ausencia y como ya es tradición en las filas del odio, una catarata de insultos recibe como respuesta. Del liberen a Leopoldo al olvido mediático. Ya nadie nombra a la novicia alpina de inocentonas trenzas, ya nadie recuerda a su marido, aquel que sería un Mandela blanco y chic. Olvido mediático, olvido absoluto. Ya no lo recuerdan ni en El Cafetal.
De AD ni hablar: el motor arrechísimo se apagó cuando Ramos Allup, puyándolo porque (creía que) iba en bajada, se encontró de golpe (nunca mejor dicho) con el infranqueable abismo del no te vistas que no vas de la embajada gringa. Justo cuando todo iba viento en popa, pensaba tembloroso, abatido, en la soledad de una rueda de prensa en la que se vio obligado a despojarse de su sueño y de su orgullo. Lo recuerdo en esa rueda de prensa, cabizbajo, tartamuneando, renunciando a participar en unas elecciones que decía que tenía ganadas y que lo convertirían en el jefe del partido antichavista más votado. El presidenciable que no fue. Un hombre que apenas hace un par de años era la esperanza blanca, el político más sexy del país, según nos quiso hacer creer el márketing mediático, que festejaba delirante al motor arrechísimo que hoy se corroe con el óxido del olvido.
Y hay que sesionar, y otra vez no hay quórum, y otra vez qué importa, porque no es no, y no me da la gana, y otra vez, como todas las veces, los cuatro gatos que asisten al teatro del absurdo en el que convirtieron a la Asamblea Nacional, se paran y dan unos discursos que nadie oye y aprueban algún acuerdo que, por írrito, a nadie importa. Así, la Asamblea en desacato empieza el año nuevo como si fuera viejo.
Por otro lado, Ricardo Hausmann, el panita de Lorenzo Mendoza, el que está en guerra -¿se acuerdan?-, bueno, Ricardo, desde su casa en Massachussets, pide una intervención militar para Venezuela, please, y el lado más oscuro del antichavismo aplaude y sueña con saqueos, calle, calle y más calle sin retorno, cualquier chispa que encienda el polvorín de una guerra en la tierra que los vio nacer… ¡Los muy hijos de puta!
Y, como en una película de zombies, Claudio Fermín aparece entre la niebla más espesa y gris para anunciar su candidatura a la presidencia. Solo falta el Tigre con su eslógan amarillento del siglo pasado. Y esto apenas empieza.
"Año nuevo, nada nuevo", canta el antichavismo chillón, desafinado y sin una pizca de gracia.

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