martes, 27 de octubre de 2015

De las redes de un pescador emergió la verdad



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> Hace 50 años, el cadáver del revolucionario Alberto Lovera fue hallado luego de enredarse en la atarraya de Carlazán Narváez
Miércoles 27 de octubre de 1965. Carlazán Narváez, pescador de oficio, se dirige como rutinariamente lo hace, muy temprano en la mañana, a buscar con su atarraya (red para pescar) la cosecha del día. Para los pescadores, las horas más efectivas para cazar son entre las 4:00 y 8:00 am, incluso más que en las noches, debido a que los peces atacan más la carnada cuando el agua está fresca.
Ese mismo día, antes de las 7:00 am, Juana “La Mocha”, una vendedora de pescado a quien le faltaba el antebrazo derecho, salió a buscar a un conocido reportero gráfico de la zona, José Ramón Bello. Juana llegó tocando la puerta de la casa de José, ubicada en el sector Sierra Maestra de Puerto La Cruz, con tal insistencia, que despertó a su madre, Herminia Bello, y al propio José.
Al verlo salir hacia la sala, Juana le dijo: “Mira, reportero, allá en la pata del cerro El Morro apareció un muerto”, cita una publicación digital del Partido Comunista de Venezuela (PCV) del estado Carabobo.
En la playa del cerro El Morro, aledaño al Fortín Magdalena, en Lechería, Anzoátegui, al oriente venezolano, el pescador Carlazán Narváez sintió un gran peso envuelto en su atarraya y, al sacarla para recoger su cosecha, se encontró con la aterradora y fatídica imagen de un cadáver humano enredado en su malla.
La macabra apariencia de aquel cuerpo desnudo 
mostraba huellas evidentes de tortura. Estaba 
irreconocible. El rostro estaba desfigurado, las manos
 destrozadas y el cuerpo todo amoratado. Además, 
estaba hinchado, de cierta manera envuelto con una
 cadena de hierro de unos dos metros de largo, y tenía
 una trenza de cuero amarrada al cuello junto a un pico
 de construcción que iba asegurado con un candado
 que, al parecer, tenía la misión de servir como ancla
 para hundir a la víctima hasta el fondo del mar.

NUEVE DÍAS ANTES DEL HALLAZGO
Lunes 18 de octubre de 1965. Eran alrededor de las 11:00 pm cuando Alberto Enrique, de casi siete años, preguntó a su mamá, María del Mar Álvarez, por qué su padre no estaba en casa.
“Salí de mi cuarto hacia la habitación donde dormían mi mamá y mi papá y, extrañado, le pregunté a mi mamá que dónde estaba mi padre (…) Mi madre, extrañada, trató de comunicarse con algunos camaradas para saber dónde estaba, ya que él siempre acostumbraba a informar la hora de regreso a la casa (…) A partir de ese día no lo volví a ver”, rememoró, ya con más de 50 años de vida, aquel niño que ansioso por ver a su padre esa noche abrió una interrogante que tardaría meses en ser respondida.
María del Mar Álvarez comenzó así una travesía por averiguar el paradero de su esposo, Alberto Lovera, con quien contrajo matrimonio en 1957.
Alberto, hijo de Santa Lovera, nació el miércoles 8 de agosto de 1923 en la población de Juangriego, localidad ubicada a orillas de una bahía al noreste de la isla de Margarita, donde está el tan afamado Fortín de La Galera.
El “Cojo Lovera”, como era conocido entre sus amigos por caminar con una pequeña dificultad en una de sus piernas tras caer de un árbol durante su niñez, era un hombre que desde muy temprana edad se inclinó por la lucha de la clase obrera.
Ese día, Alberto, de 42 años, para entonces profesor y secretario general del PCV en la clandestinidad, se encontraba en las adyacencias de la urbanización Las Acacias en Caracas, cerca de Los Chaguaramos y la Universidad Central de Venezuela (UCV).
Alrededor de las 6:00 pm se trasladaba por la referida zona en su automóvil, un Mercedes Benz de color azul.
A la altura de la plaza Las Tres Gracias fue interceptado por una comisión de la Dirección General de Policía (Digepol), que dirigía Carlos Vegas Delgado, entonces jefe de la División de Orden Público, bajo la tutela de Gonzalo Barrios, quien era ministro de Relaciones Interiores.
ORDEN: ERRADICAR COMUNISTAS
En esos días gobernaba en Venezuela Raúl Leoni quien, al asumir el poder, profundizó y desarrolló la campaña flagrante de erradicación de comunistas y disidentes de izquierda que se inició bajo la “nueva democracia” del gobierno de Rómulo Betancourt (1958-1964). Era una estrategia adoctrinada bajo las órdenes del Departamento de Estado de Estados Unidos y la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), cuando el ministro para Relaciones Interiores era Carlos Andrés Pérez.
Con Betancourt fue declarada la represión de manera pública. Él mismo expresó que era necesario aislar y segregar al PCV, y ordenó: “Disparar primero y averiguar después”. Ese era el lineamiento de exterminio de la Operación Cóndor que se impartía en la Escuela de las Américas, institución dirigida por la CIA en Panamá. Así surgió la doctrina de la seguridad y defensa nacional para enfrentar al “enemigo interno”.
Los nacientes gobiernos “democráticos”, productos del 
Pacto de Punto Fijo, enarbolaron el plan perfecto contra sus opositores: el terrorismo de Estado. Sería entonces Venezuela el primer ensayo para la ejecución de más de 3 mil desapariciones forzadas y 10 mil torturados, que sirvió a la CIA para desarrollar luego acciones en Chile (1973) y Argentina (1976), entre otros pueblos de la región.
Una vez interceptado por la Digepol, Lovera fue llevado hasta la sede de ese organismo represivo en Los Chaguaramos, lugar donde fue identificado por algunos presos. Estos testigos confirmaron posteriormente que el vehículo de Alberto estaba en el sótano del estacionamiento de ese cuerpo policial.
LA NOTICIA, LA DENUNCIA Y LA ACLARATORIA
Una vez enterado del hallazgo del cadáver en El Morro, el reportero José Ramón Bello se dirigió desde su casa hasta la sede del diario El Tiempo, en la calle Boyacá. Ahí se encontró con el periodista Argenis Marcano, con quien fue al lugar del suceso.
Bello ayudó al pescador a sacar el cuerpo del agua y luego, junto a Argenis, se dirigió a la sede de la entonces Policía Técnica Judicial (PTJ), que se ubicaba en el cruce de las avenidas 5 de Julio y Miranda, en Barcelona.
Al entrar a la delegación, le informó al comisario, identificado como Líbano Hernández, sobre el hallazgo, y al explicarle en detalle la condición del cuerpo, el policía, sin dudar, expresó: “Es un asesinato”.
La noticia se difundió en todo el país. María del Mar Álvarez de Lovera no tuvo duda de que se trataba de su esposo.
CINCO MESES DESPUÉS
La sospecha de María del Mar solo pudo ser confirmada cinco meses después. Dos meses antes de la aclaratoria, en enero de 1966, María llegó al cementerio de Barcelona, ahí se encontró con el sepulturero Francisco Rodríguez, quien le indicó dónde estaba enterrado “el ahogado”, como era identificado el cuerpo del hombre encontrado en la playa de El Morro.
Para evitar que desaparecieran el cuerpo, María ordenó que taparan la tumba y colocaran una cruz de cemento con el grabado de Alberto Lovera.
El jueves 3 de marzo de 1966, luego de diversas investigaciones y la incansable voluntad de María por hacer justicia, el cadáver fue exhumado. El lunes 7 de marzo, la PTJ reconoció que las huellas dactilares tomadas al cadáver eran de Lovera y la autopsia confirmó que los asesinos mutilaron las yemas de sus dedos, desfiguraron su rostro, molieron su dentadura y rompieron su cervical.
Tras la revisión forense se pretendió volver a enterrar en Barcelona el cuerpo de Lovera, a lo cual su esposa se negó y pidió que sus restos fueran colocados en una urna para llevárselos, pero pasarían 12 horas para que las autoridades permitieran a la viuda sacar el cadáver y trasladarlo hasta la funeraria La Voluntad de Dios, en Caracas.
El miércoles 23 de marzo de 1966, en la tarde, acompañado por una multitudinaria marcha que recorrió gran parte de la capital, se realizó el sepelio en el Cementerio General del Sur. Con María, Alberto tuvo dos hijos, Alberto Enrique, que nació en 1958, y Yanira, en 1961.
Desde ese momento comenzó otra lucha: la de conseguir justicia y castigo para los asesinos de Lovera. El caso sigue abierto. En la actualidad, la investigación la adelanta el Ministerio Público a través de la Comisión por la Justicia y la Verdad, creada en febrero de 2013 tras la aprobación –en 2012– de la Ley para Sancionar los Crímenes, Desapariciones, Torturas y otras Violaciones de los Derechos Humanos por razones políticas en el período 1958-1998.
EL PTJ LO CUENTA TODO
Años más tarde, un funcionario de la PTJ que estuvo a cargo de la investigación ofreció detalles bajo el seudónimo de Manuel León y relató cómo el gobierno de Leoni y parte de sus funcionarios, entre ellos los digepoles, encubrieron a los culpables.
En su testimonio, publicado en la página web de Encontrarte, alias “Manuel” detalla elementos como el progresivo asesinato de testigos claves que vieron a Lovera y a sus ejecutores, entre ellos un hombre identificado como Aníbal González, quien había confirmado la detención de Lovera; y una mujer de nombre María Martínez, quien certificó la tortura contra Alberto.
“Ella era la amante de un Digepol llamado Aníbal Lamoglia. Era la amante de un jefe, entraba y salía, y vio a Lovera en la celda, y vio cuando lo torturaban; por lo menos oyó gritos, quejidos, golpes y ella declaró. Yo le tomé las declaraciones y dijo lo que nosotros queríamos saber de la Digepol”, relató Manuel, quien también explicó que en medio de las investigaciones, Lamoglia apareció muerto en el hotel Las Acacias de Sabana Grande, supuestamente suicidado. A su novia la encontraron muerta a los tres días, y González fue asesinado en el peaje de La Victoria, en Aragua. “Le pasaron varias veces un carro por encima”, contó.
En su declaración expuso que fue en la sede de la Digepol ubicada en el edificio Las Brisas donde comenzaron a ejecutarse todos los crímenes de lesa humanidad contra el dirigente comunista.
Sostuvo que Lovera fue sometido y torturado por al menos nueve digepoles, quienes pretendían “sacarle información”. Sin embargo, al no lograr el objetivo, cinco días después de su secuestro, el sábado 23 de octubre, lo trasladan hacia el retén Planchart, en Puente Mohedano, lugar donde hoy se ubica el Complejo Urbanístico Parque Central. Ahí continuaron las torturas.
Según los relatos recolectados, los nueve digepoles fueron identificados como Roberto Romero, Miguel Aguilar, Pedro Cisneros, Alberto Ochoa, José Ramón Antúnez, Carlos Ferrara, Douglas Rodríguez, Eduardo Armenteros González y Mario Segundo Leal, quienes eran conocidos como “los muchachos de Carlos Andrés”.
Al no conseguir “la información” de manos de Lovera,
 dos agentes de la Digepol llevan al profesor al estado
 Monagas, al campo antiguerrillero de Cachipo, lugar 
donde se negaron a recibir a la víctima por presentar un
 altísimo grado de maltrato.
EN UN CARRO DE LA DIGEPOL
En esos días, la esposa de Lovera y demás familiares no tenían respuestas sobre su paradero, solo malos tratos por parte de las autoridades.
En el testimonio del PTJ se patentiza un episodio clave del caso, que incrimina directamente a la Digepol con el asesinato. Tras la negativa de recibir en Cachipo a un agonizante Lovera, los digepoles se dirigieron a la zona de El Tejero y entraron a un bar y, al rato, un muchacho de la zona que los veía irse les pidió que lo llevaran a un lugar cerca de su casa.
“Los digepoles estaban rascados (…) Entraron a tomar en un bar y ahí estaba un muchacho y él le pidió una ‘cola’ para que lo llevaran hasta La Ceiba, ubicada en la carretera hacia El Tigre (…) Los tipos que estaban medio locos, ya con un muerto encima y los palos de aguardiente, agarraron al muchacho y lo montaron en la maleta con el muerto (…) Lo dejaron en La Ceiba y siguieron para Barcelona. El muchacho (…) fue localizado por nosotros. Él vivía (o vive) en un sitio llamado La Bruja, cerca de una alcabala que hoy va de El Tigre hacia Ciudad Bolívar, y él nos relata que vio él cadáver en la maleta del carro”, detalló.
¿QUIÉN ERA LOVERA?
Lovera, con 14 años de edad, salió de Nueva Esparta hacia el estado Zulia en un barco mercante donde trabajó en los campos petroleros, donde comenzó a comprometerse en la lucha sindical. A los 17 años se incorporó a la Juventud del PCV y en 1947 viajó a Varsovia, Polonia, para participar en el Congreso Mundial de las Juventudes Comunistas.
En Varsovia, ciudad que había quedado destrozada por la Segunda Guerra Mundial, Lovera realizó un voluntariado junto a su compañero Jerónimo Carrera y otros amigos. Como gratitud a su esfuerzo, les dieron la oportunidad de visitar y conocer las naciones socialistas de la Europa de entonces.
Tras regresar a Venezuela, en 1952 se trasladó al estado Lara, y fue incluido en la lista de candidatos a diputados por el PCV a la Asamblea Nacional Constituyente que debía sancionar una nueva Constitución. Resultó electo por el partido de la alianza revolucionaria (URD), pues el PCV había sido declarado ilegal en 1950 por una Junta Militar que lideraba el entonces general de división Marcos Pérez Jiménez.
Lovera rechazó ser parte de ese Congreso luego de que Pérez Jiménez ejecutara un fraude electoral y diera un golpe de Estado que instauró la dictadura, finalmente derrocada el 23 de enero de 1958.
Cuando Pérez Jiménez dio el golpe, Lovera fue detenido, torturado y expulsado de Venezuela y permaneció en Cúcuta, Colombia, aproximadamente dos años.
En la clandestinidad volvió a Venezuela, en 1955, y conoció a María del Mar, comenzó a trabajar con el PCV en Zulia y posteriormente, en 1956, volvió a Caracas, donde estuvo tanto en la dirección regional como en la nacional del PCV.
Hoy, en la redoma de Guaraguao, en la ciudad de Puerto La Cruz, está el área recreativa que lleva el nombre de Alberto Lovera, donde se encuentra un busto en su honor develado en 2005 por su viuda. “No queremos que se pierda la memoria de los asesinados y desaparecidos en el puntofijismo”, dijo María, quien falleció el 17 de agosto de 2014 en espera de justicia.
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ORLANDO RANGEL YUSTIZ
AGENCIA VENEZOLANA DE NOTICIAS
TOMADO DE: http://www.ciudadccs.info/

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