martes, 11 de agosto de 2015

La última red de seguridad de Gaza en peligro


Sara Roy



Refugiados palestinos del campamento de Yarmuk, en Damasco, Siria, esperan para recibir comida. (Foto: AP / UNRWA)

No hace mucho, tuve una charla con un funcionario que conozco de la UNRWA (agencia de la ONU para los refugiados palestinos).
Me habló de una conversación que mantuvo con un oficial de alto rango de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). El funcionario de la UNRWA le pidió al oficial de las FDI que describiera la política de Israel hacia Gaza.
La respuesta fue concisa: “ni desarrollo, ni prosperidad, ni crisis humanitaria”, un estribillo habitual en el seno del establishment político y militar israelí.

Esta aterradora descripción ofrece una reflexión muy precisa de la política israelí hacia Gaza en los últimos 50 años.
Aunque Israel permitió un grado limitado de prosperidad durante los primeros años de la ocupación, ha tenido como objetivo impedir toda forma de desarrollo económico en el territorio y, por lo tanto, la emergencia de un estado palestino.

Este planteamiento ha sido especialmente ruinoso para Gaza en los diez últimos años, durante los cuales Israel ha impuesto un asfixiante bloqueo que ha eliminado prácticamente todas las exportaciones, ha reducido un 60 por ciento el sector manufacturero y ha provocado una disminución del 50 por ciento del PIB, según datos del Banco Mundial. Además, Israel ha lanzado tres importantes operaciones militares desde finales de 2008 —la última y mayor de todas el verano pasado, la denominada Operación Margen Protector—, arrasando barrios, destruyendo infraestructuras e infligiendo daños inconmensurables en esta diminuta franja y sus casi dos millones de habitantes.

Trágicamente, lo que una vez fue considerada una economía de rentas bajas y medianas (junto con Cisjordania) se ha convertido en un territorio al borde del colapso económico y humanitario.

Según un informe de 2015 del Banco Mundial, la tasa de desempleo en Gaza es del 43 por ciento (más del 60 por ciento de los jóvenes de Gaza están desempleados), la más alta del mundo.

Casi el 40 por ciento de su población vive por debajo del umbral de la pobreza. El agua limpia es una rareza y el 90 por ciento del suministro no es apto para el consumo humano. La electricidad es algo esporádico, disponible solo entre cuatro y seis horas al día, y no hay un sistema de tratamiento de aguas residuales digno de ese nombre. En efecto, ni desarrollo, ni prosperidad.

Debajo de esta desastrosa situación hay otra que amenaza con desestabilizar aún más la vida en Gaza: la disminución de la financiación de la UNRWA, el organismo de la ONU en el que trabaja mi colega y una de las pocas organizaciones que se interpone entre la gente de Gaza y el sufrimiento humanitario sin paliativos.
La situación se ha agravado tanto que, en junio, el comisionado general de la UNRWA, Pierre Krähenbühl, advirtió que la agencia podría tener que suspender sus operaciones en un plazo de tres meses.
La UNRWA fue creada en 1949 por la Asamblea General de la ONU tras el conflicto árabe-israelí de 1948. La UNRWA comenzó a funcionar el 1 de mayo de 1950, con la misión de desarrollar programas de socorro directo y obras públicas para los palestinos que huyeron o fueron obligados a abandonar sus hogares.
El hecho de que siga existiendo más de 60 años después de su creación es una clara ilustración del fracaso político en la búsqueda de una solución justa para los refugiados palestinos.
Con unos 30.000 empleados (aproximadamente el 42 por ciento de ellos trabajando en Gaza), la UNRWA proporciona protección y ayuda a 5,2 millones de refugiados palestinos en todo Oriente Medio, sobre todo en Siria, Jordania, Líbano, Cisjordania y la Franja de Gaza. Su cometido consiste en ofrecer atención médica, educación, servicios sociales, ayuda de emergencia y apoyo logístico.
Y hace todo esto con un presupuesto anual de 1.400 millones de dólares.
Solo en Gaza, la UNRWA proporciona ayuda a 1,28 millones de refugiados, la cuarta parte del total regional. Como tal, en palabras del secretario general de la ONU Ban Ki-moon, “en un momento de agitación en la región, la UNRWA es un factor vital de estabilización”.
En Gaza es correcto decir que la UNRWA es el único factor de estabilidad en un entorno que, por otra parte, se sigue deteriorando.
De hecho, una séptima parte de la economía de Gaza, o alrededor del 14 por ciento del PIB, está vinculada con la UNRWA, según fuentes de la misma organización.
Pero la UNRWA se enfrenta a una grave crisis financiera que amenaza con reducir —y posiblemente terminar— su labor en toda la región.
En la actualidad, la UNRWA tiene un déficit de más de 100 millones de dólares en sus fondos generales, con los que paga sus servicios fundamentales, como son la educación y la atención médica.
Además, tiene un déficit adicional de unos 230 millones de dólares en su sección de ayuda de emergencia para los territorios palestinos ocupados, correspondiendo el 88 por ciento de los mismos a Gaza, y otros 280 millones de dólares en la sección para los refugiados en Siria. Estas dos últimas secciones proporcionan ayuda económica y comida inmediatas a los refugiados más necesitados. La semana pasada, la agencia celebró una “sesión extraordinaria” en Jordania para debatir posibles respuestas a la crisis.
Con el fin de reducir costes, la UNRWA ha tenido que poner en marcha varias iniciativas que no han sido bien acogidas.
Ha suspendido su programa de ayudas económicas, que afectaba a 20.000 familias de Gaza antes de la Operación Margen Protector.
En Líbano, la UNRWA suspenderá en breve sus ayudas económicas a los refugiados palestinos procedentes de Siria para que puedan pagar los alquileres.
Hay también planes para aumentar el número de alumnos por aula en las escuelas de la UNRWA, pasando de 45 a 50, así como para congelar la contratación de más maestros y otros empleados. Además, la UNRWA puede tener que tomar la difícil decisión de retrasar la apertura de sus 700 escuelas al comienzo del próximo curso escolar, lo que afectará a unos 500.000 niños, la mitad de los cuales está en Gaza.
En un momento en que el Estado Islámico y otros grupos extremistas están reclutando adeptos, medio millón de niños que deberían estar en las escuelas de la ONU deambularán por las calles de Oriente Medio.
Por otro lado, según un alto funcionario de la UNRWA, si el organismo no es capaz de reducir el déficit para octubre, no podrá pagar los sueldos del personal, lo cual sería catastrófico.
Solo en Gaza, donde el tamaño medio de la familia era de seis personas en 2012, alrededor de 76.250 personas podrían quedarse sin ninguna fuente de ingresos.
¿Qué hacer entonces? Recientemente, en Gaza y Jordania, refugiados palestinos protestaron violentamente por los recortes de la UNRWA y afirmaron que estas decisiones forman parte de una conspiración para eliminar el problema de los refugiados.
Esto es una expresión de la confusión y la agitación que acompañarán a los nuevos recortes en los servicios fundamentales de la UNRWA.
El problema de la infrafinanciación crónica no es algo nuevo para la UNRWA.
En el fondo, refleja las actitudes políticas más generales hacia los palestinos, que son vistos como algo marginal y molesto. Pero en el momento actual, deriva de varios factores nocivos.
En primer lugar, mientras muchos importantes donantes siguen financiando la UNRWA e, incluso, han incrementado sus contribuciones, las necesidades del organismo han crecido mucho más, dadas las exigencias políticas de la región, las altas tasas de crecimiento demográfico y el aumento de los costes. Así, la brecha existente entre las necesidades de protección y lo que la UNRWA puede proporcionar actualmente se ha ampliado dramáticamente. Es absolutamente vital que los países donantes más importantes aumenten sus contribuciones más aún de lo que ya lo han hecho.
En el contexto de estas severas restricciones en las finanzas de la UNRWA, hay un problema con uno de los donantes, Canadá, que merece una atención especial. La decisión de Canadá de reducir, primero, y suspender, después, la financiación de la agencia, una decisión que ningún otro gobierno ha tomado, ha sido extremadamente perjudicial para la UNRWA.
En 2007 y 2008, Canadá donó más de 28 millones de dólares anuales a la UNRWA.
En esos dos años, más de la mitad de los fondos se destinaron a los Fondos Generales, y la mayor parte de los restantes fueron a parar a la sección de emergencias.
En 2009, el gobierno canadiense redujo su contribución casi 10 millones de dólares, dejándola en 19 millones, la mayor parte de los cuales fueron destinados a la sección de emergencias y nada para los Fondos Generales. A partir de ese año, ningún dinero fue asignado a los Fondos Generales.
En 2010, la contribución de Canadá se redujo nuevamente a unos 15 millones de dólares, cantidad que se mantuvo dos años más, yendo la mayor parte de esos fondos y, finalmente, la totalidad de los mismos a la sección de emergencias.
A comienzos de 2013, al parecer sin previo aviso, Canadá suspendió toda financiación a la UNRWA.
La pérdida de esos 28 millones de dólares procedentes de Canadá constituye un serio revés para la agencia, que no puede encontrar un sustituto, y, en palabras de un funcionario de la UNRWA, ha sido “desesperadamente perjudicial”, contribuyendo sustancialmente al actual déficit de los Fondos Generales del organismo. Sin embargo, lo más indignante es la decisión del gobierno canadiense de suspender su contribución de 15 millones de dólares para la sección de emergencias: al hacerlo, Canadá se ha negado a proporcionar alimentos a los palestinos empobrecidos, que son la mayoría en Gaza.
Un tercer factor que ha dañado las finanzas de la UNRWA ha sido la caída del euro.
Puesto que la mayoría de las contribuciones a la UNRWA son realizadas en euros, la devaluación de esta moneda ha supuesto una pérdida de entre 20 y 25 millones de dólares el último año. Además, en 2014, la UNRWA gastó 7,5 millones de dólares en transportar materiales a Gaza, una consecuencia directa del bloqueo impuesto por Israel. Este dinero podía haber sido empleado para construir cuatro escuelas infantiles en Gaza, algo vital dado que la UNRWA tiene que construir siete escuelas cada año en Gaza para afrontar el ritmo de crecimiento de la población en edad escolar.
La crisis que afecta a la UNRWA también refleja un problema global más amplio, en el que las necesidades emergentes sobrepasan a los recursos existentes.
Nunca desde la Segunda Guerra Mundial, el número de personas exiliadas de sus hogares ha sido tan alto como ahora, con casi 60 millones de personas que son refugiadas, internamente desplazadas o buscadoras de asilo, una de cada 122 personas en el mundo.
Sin embargo, la falta de recursos es solo una parte de la crisis que asola al sistema humanitario; la incapacidad para resolver los conflictos políticos es la otra. Por otra parte, en ausencia de soluciones políticas, la ayuda humanitaria ha sido instrumentalizada a menudo, utilizada para gestionar y manipular problemas políticos, como ha sido el caso de Israel con Gaza.
La dependencia, la debilidad y el temor se han convertido en la política del ocupante en Gaza. Por muy restringido y limitado que haya sido, el desarrollo ya no juega ningún papel.
Las razones son muchas, incluyendo el hecho de que los donantes no quieren ver sus proyectos destruidos en futuros conflictos. Pero el resultado neto es que Gaza está condenada a depender de la ayuda humanitaria, no del progreso, que es exactamente lo que quiere Israel, como lo expresó con suma claridad el oficial de las FDI citado al principio.
En este contexto, escribe un colega de la ONU, la asistencia se ha convertido cada vez más en “la gestión de poblaciones problemáticas que están al borde de conflictos permanentes […] con los palestinos hemos llegado a una política de no resolver [el conflicto], una política aceptada de no vislumbrar soluciones. Esto no parece ser un fallo. Esto es una decisión. La gestión de poblaciones molestas sin otro objetivo que no sea más gestión”.
Aún así, aunque la ayuda humanitaria no sea una respuesta adecuada, es algo necesario y una ulterior reducción de los servicios de la UNRWA (por no hablar de su suspensión o terminación) solo servirá para profundizar el sentimiento de desesperación y abandono que ya es muy fuerte entre los refugiados palestinos dondequiera que residan.
Las consecuencias políticas de ver cómo tus hijos pasan hambre son claras. ¿Quién de nosotros soportaría este dolor en silencio?

Sara Roy es investigadora del Centro de Estudios de Oriente Medio de la Universidad de Harvard. Su libro más reciente es Hamas and Civil Society in Gaza: Engaging the Islamist Social Sector (Princeton University Press, 2011, 2014).
Fuente: The Gaza Strip’s Last Safety Net Is in DangerThe Nation, 6/08/2015
Traducción: Javier Villate (@bouleusis)

TOMADO DE: http://blog.disenso.net/

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