lunes, 30 de marzo de 2015

La mano invisible del capitalismo

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KEILA FERNÁNDEZ MARTÍNEZLicenciada Filosofía.Miembro Cte. Provincial PCE Granada
Ella para él y él para el estado” decía Hobbes, uno de los padres del liberalismo político y económico. Con esta frase se resume el reparto de roles y la división sexual que durante siglos ha reflejado la subordinación de la mujer al varón y de ambos al Estado. Casi cuatro siglos después, encontramos el mismo esquema, salvo que con el reciente fenómeno de la globalización en el que ya no es el Estado totalizador, sino el mercado el que lo domina todo. A lo largo de la Historia, las mujeres han desempeñado un papel fundamental en el desarrollo y mantenimiento de los núcleos y sociedades, un papel que nunca ha sido valorado, y que permanece aún hoy invisible, sin valor económico y social. Sin embargo, las familias, las sociedades, los Estados, las empresas y la economía mundial están en deuda con las mujeres.
Nuestra sociedad avanza a un ritmo acelerado, pero la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres va perdiendo fuerza. Después de años involucrando a una sociedad para reducir la siempre vergonzosa brecha de género, la realidad es que la crisis económica está echando por tierra los avances conseguidos. Así lo pone de manifiesto la Encuesta Anual de Estructura Salarial (EAES) publicada por el INE (Instituto Nacional de Estadística) en 2014: por sexo, la ganancia media anual fue de 25.682,05 euros para los hombres y de 19.537,33 euros para las mujeres. Por tanto, la ganancia media anual femenina supuso el 76,1% de la masculina. Esta diferencia se matiza si se consideran situaciones similares respecto a variables tales como tipo de contrato, de jornada, ocupación, antigüedad, etc. Mientras la ganancia media anual en los hombres aumentó a tiempo completo y disminuyó a tiempo parcial, entre las mujeres la ganancia anual disminuyó en ambos tipos de jornada.
Además a mitad de las ocupaciones están sexualmente estereotipadas. Las que son consideradas femeninas son menos valoradas y su remuneración es inferior. Las mujeres constituyen la mayor parte del trabajo mal pagado y menos protegido. La precariedad laboral tiene rostro femenino. Y si le añadimos el trabajo productivo que no es valorado como el cuidado de los hijos, marido y hogar, aumenta la mala distribución de la carga del trabajo que se hace cotidianamente y que es un problema de cada día es un problema que afecta a la vida y a la salud de las personas, en este caso es a las mujeres que desempeñan trabajos fuera y dentro de casa los cuales no son valorado ni remunerados. Según el instituto de la mujer, “la sobrecarga física y psicológica por su rol de cuidadoras, el impacto sobre la salud de la denominada doble jornada, la depresión y los accidentes en el hogar son problemas en progresión en las mujeres españolas”.
Por tanto hoy día, la teoría feminista ha de enfrentarse a importantes retos en las sociedades contemporáneas y a una doble lucha: tenemos el objetivo de definir y establecer el carácter bidimensional de la justicia y del género. Por un lado, luchamos por la justicia social (como son la equidad y la redistribución económica); pero junto a ello, no podemos dejar de lado una reflexión sobre el género, no sólo como una categoría que depende de las relaciones de producción, de la estructura económica y de la división del trabajo, sino también como estatus social. Es por tanto necesaria una teoría de la justicia entendida en término de redistribución y reconocimiento, donde su objetivo sea conjugar reconocimiento e igualdad social.
En nuestras sociedades actuales, capitalistas y globalizadas, aún se sigue manteniendo esa discriminación contra las mujeres, las cuales siguen siendo destinadas a ocupar solo la esfera reproductiva y doméstica, y sufren dificultades para conseguir un trabajo remunerado, o acceder a cargos de responsabilidad. Pero no solo eso, sino que esa desigualdad tiene consecuencias que van más allá, ya que la categoría de ciudadanía queda reducida a ser parte de la población activa. De modo que el papel de mujer trabajadora queda reducido al de mujer asalariada, y las mujeres que son ocupadas en esa esfera reproductiva y de los cuidados, realizan un trabajo que se invisibiliza y que no es reconocido como tal para adquirir el estatus de ciudadanas de pleno derecho.
Por “ciudadanía” entendemos el conjunto de derechos que tienen las personas como sujetos y los deberes que de ellos se derivan. Pero aún en nuestro siglo, las mujeres nos seguimos encontrando relegadas a un concepto de ciudadanía de segunda, sometidas a las relaciones de poder o de dominación de los hombres que nos impiden ejercer y disfrutar de un concepto pleno de ciudadanas. Las pruebas están a la vista: numerosos grupos de mujeres constituyen las bolsas de pobreza más severas, soportan mayor grado de violencia, reciben los salarios más bajos y cuentan, en definitiva, con muchos menos recursos que los hombres.
La lucha feminista ha conseguido grandes logros en relación a los derechos civiles y políticos para la mujer: el voto, la propiedad, la libertad para organizarse,…, derechos a los que las mujeres han accedido más tardíamente que los hombres pero que se han ido conquistado a lo largo del siglo XVII-XIX. Ahora, en esta sociedad neoliberal en la que nos encontramos resulta imprescindible y necesario que la lucha feminista se ocupe de distinguir otro concepto de “ciudadanía social”, y que sea capaz de reconocernos a todos y todas como ciudadanos/as de pleno derecho lo cual implica compartir el derecho social a un mismo bienestar y seguridad económica.
El papel actual de la mujer ha cambiado progresivamente y en muchas sociedades se ha logrado la igualdad legal en los derechos con el hombre. Pero esto no es sinónimo de una comprensión real sobre este hecho, ni tampoco del reconocimiento integral de lo que implica, porque a pesar de los grandes avances conseguidos, se siguen cometiendo actos de injusticia contra las mujeres en las diferentes culturas. Y en la situación de crisis en que vivimos, se agrava aún más su estatus social, resulta más urgente y necesario que nunca incluir paradigmas económicos y políticos de igualdad de género.
El capitalismo ha generado un mundo en el que las mujeres se han vuelto invisibles y cargan con la mayor parte del trabajo. Ellas son responsables de dos tercios del total de horas trabajadas, producen del 50 al 90 por ciento de los alimentos del mundo y el 100 por ciento de los niños en nuestro planeta. Sin embargo, por todo esto, reciben sólo el 10 por ciento de los ingresos mundiales y poseen menos del 1 por ciento de la propiedad mundial. Resultado de esto es que el 70 por ciento de la gente pobre del mundo está compuesto por mujeres.
El capitalismo no puede medir o valorar las fuentes humanas más ricas y de relaciones entre nosotros que no estén monetarizados. Si tratáramos de hacerlo de forma sistemática mediante la internalización de todos los costos incluyendo aquellas tareas que se realizan en su mayor parte por mujeres el capitalismo no podría ser rentable y, por lo tanto, sería un sistema inviable. Haciendo eco a Marx sobre los distintos tipos de valor y como el valor humano más alto no está monetarizado, el Informe sobre el Desarrollo de la ONU del 95 reconoció que:
Otra cuestión a tener en cuenta es que el valor de gran parte del trabajo en el hogar y la comunidad trasciende el valor de mercado. Esta actividad tiene un valor intrínseco de uso, o valor humano, que no se refleja en su valor de intercambio. El aspecto medular del desarrollo humano es la ampliación de las opciones humanas mediante el desarrollo de la capacidad humana. El ingreso pasa a ser uno de los medios de asegurar el desarrollo de la capacidad, pero no un fin en si mismo. El cultivo de una buena salud, la adquisición de conocimientos, el tiempo dedicado a fomentar las relaciones sociales, las horas pasadas en compañía de parientes y amigos, son todas actividades dignas de ser realizadas; no obstante, no se les asigna ningún precio.”
El trabajo privatizado e invisible realizado generalmente por mujeres podría ser valorizado y socializado, pero entonces el capitalismo dejaría de ser rentable y, por lo tanto, sería un sistema inviable. Es por tanto comprensible el por qué la posición invisible, opresiva y servil de las mujeres es tan necesaria para la continuidad del capitalismo y el por qué nuestra lucha debe no dejar de lado la fuerza de la desigualdad de género si queremos vivir en un mundo realmente sostenible y socialmente justo.
El patriarcado y el capitalismo son dos sistemas que van de la mano, el capitalismo nace bajo un ideario patriarcal, se mantiene gracias a la división social del trabajo y se sustenta en la sobrervaloración de lo masculino frente a lo femenino. Este sistema es muy complejo y la parte económica retroalimenta a la parte cultural alimentando asi un pensamiento oscurantista que quiere retornar a las mujeres a la casa.
Por eso no es solo suficiente tomar medidas para incentivar la ocupación de la mujer, también resulta sorprendente también el poco peso político que tienen las mujeres. Pese al hecho de que desde hace tiempo se reconoce el derecho fundamental de las mujeres y los hombres de participar en la vida política, en la práctica no se han producido verdaderos cambios, las cifras muestran que la meta del equilibrio entre los géneros dista aún mucho de haberse alcanzado, la representación femenina en ámbitos de poder político sigue sin alcanzar el umbral del 40% que establece la Ley de Igualdad, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).Como resultado de ello, los intereses y las preocupaciones de la mujer no están representados a los niveles de la formulación de políticas y la mujer no tiene influencia sobre las decisiones fundamentales en las esferas social, económica y política que afectan a la sociedad en su conjunto. Y otras cifras aún más espeluznantes son las que nos muestra el mapa de la violencia de género en la Unión Europea. Un tercio de las mujeres europeas sufre violencia de género.
También hay que mencionar que a ese dominio cultural sustentado por los hombres que permea toda la vida y ha ido evolucionando en diferentes épocas ha contribuido la religión (pues la mayoría de religiones vigentes hoy en día son patriarcales). Como lo son todos los productos culturales que nos rodean, el lenguaje, la ciencia, el arte, es decir toda forma de conocimiento, pues son creaciones que llevan el sello de las formas de dominación vigentes. Y no solo son productos que llevan ese sello sino que son a la vez instrumentos para reproducir ese sistema de dominación y ese patriarcado, son medios para justificarlo. Y es nuestra tarea como feminista luchar por un Estado laico, para avanzar en ese trabajo de deconstrucción y subversión del orden simbólico patriarcal
Los avances del movimiento de liberación de las mujeres en la década de 1960 han tenido un efecto duradero en la sociedad y esa es la razón por la que la derecha se ha pasado los últimos 40 años atacando todas esas conquistas de los movimientos de mujeres. Lamentablemente, no todos los marxistas, ni en todo momento, comprendieron la necesidad de defender el feminismo y de valorar los enormes logros del movimiento de mujeres, los reduccionistas suponen que la lucha de clases resolverá el problema del sexismo por si misma, reducen los problemas de opresión a una cuestión de clase. Lenin ya trató ese obstáculo para alcanzar la liberación de las mujeres: “debemos erradicar ese viejo punto de vista de amo del esclavo, tanto en el partido como en las masas. Es una de nuestras tareas políticas, una tarea tan urgente y necesaria como es la formación de un núcleo de camaradas, hombres y mujeres, con una sólida preparación, teórica y práctica, para el trabajo del Partido entre las mujeres trabajadoras.”
Hoy día necesitamos, no solo una teoría marxista y feminista, sino también una práctica marxista y feminista en la lucha por la liberación de la mujer. Esa práctica debe incluir la construcción de un partido revolucionario, ya que sin un partido socialista revolucionario no puede triunfar una revolución socialista.
Se hace más patente que nunca la necesidad de plantear, sin paliativos, que la alternativa feminista de la igualdad vaya indisolublemente ligada a la alternativa que desde la izquierda transformadora damos a los problemas humanitarios que hoy se plantean con mayor o menor medida en todos los países de la UE. Porque el cambio y la revolución serán feministas o nos serán, quizás por eso las fuerzas reaccionarias emplean tanta dureza para que la mujer no avance ni ocupe el lugar que le corresponde. Todos y todas tenemos razones más de que sobra para manifestarnos contra esta lacra que perdura en la sociedad,
“…porque por debajo de un campesino hay una mujer campesina más explotada, debajo de un hombre negro humillado, hay una mujer negra más humillada, o debajo de un ind

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