miércoles, 3 de junio de 2015

El ejemplo de un comunista universal


Un verdadero hombre revolucionario es lo que se puede palpar en las vivencias y experiencias de Eduardo Gallegos Mancera, quien en el texto De quereres y militancia, recorre la memoria histórica de una época en la que, desde muy temprana edad tuvo conciencia revolucionaria hasta llegar a ser uno de los más universales comunistas venezolanos durante el siglo XX.

El título está estructurado en una compilación de artículos que el propio Gallegos escribió y publicó en el periódico Tribuna Popular durante los años ochenta del siglo pasado.

Otro aspecto que se distingue de esta edición es la inserción de “Carta a un joven comunista”, escrita en septiembre de 1988, la cual expresa la conducta ética y moral de todo comunista durante su vida militante.
Un complemento importante de esta obra es la incorporación de fotografías históricas que dan cuenta de la intensa labor realizada por Gallegos en el campo del movimiento comunista internacional. 
En este sentido, se puede observar su interacción con destacados líderes mundiales, dirigentes políticos, jefes de Estado, organizaciones progresistas, intelectuales, entre otras personalidades.
LEGADO DE SUS LÍNEAS
Emprender la lectura de este texto, es sumergirse en la vanguardia de un proceso revolucionario, no solo en la Venezuela Bolivariana, sino en cualquier parte del mundo, donde los pueblos luchan contra la opresión imperialista. Y es precisamente Gallegos el testimonio de un hombre que vivió en carne propia los horrores de las cárceles del dictador Marcos Pérez Jiménez.

El Valle de mis quereres, Las cualidades del dirigente, Planificación y chequeo, Conocer la realidad, Todo cambia, El trabajo de masas y La promoción de cuadros, son algunos de los títulos de esos escritos con los que Gallegos batalló desde la palabra.

Entre las reflexiones que se destacan en sus premisas y pensamientos, se encuentran que: “en el capitalismo los barrios pobres no desaparecen, sino que se trasladan; el pueblo es el protagonista y Fidel es su mejor expresión; y que la planificación de la actividad de cada organismo debe estar en el centro de las preocupaciones”.
Otro aspecto relevante de sus líneas tiene que ver con la actividad del Partido Comunista, en el cual militó hasta el final de sus días. En estos apartados afirma que el trabajo con las masas es fundamental, con la premisa de crecer para llegar al objetivo esencial: la transformación socialista de la nación y la autocrítica.
Finalmente, sus ideas visionarias también se hacen presentes cuando afirma que la autocrítica es fundamental y que los dirigentes políticos deben trabajar en conjunto con la juventud, los intelectuales, los campesinos, los vecinos y las mujeres.
CRISTAL COLMENARES/CIUDAD CCS
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Fragmento de mi autobiografía
Nací en 1915, en plena Guerra Mundial y dos años antes de que se produjera el viraje histórico con la Revolución Rusa (1917).
Mi aparición en la vida tuvo lugar en Caracas, una ciudad apacible de tan sólo120.000 habitantes y un clima estupendo. Disfrutaba mi familia entonces de una relativamente holgada situación económica. Mi padre fue mayorista en víveres y luego adquirió un central azucarero en las cercanías de Caracas. 
Se arruinó durante la prisión que sufriera y con la gran depresión económica de 1929-1933. En mi familia era muy intenso el sentimiento contra la cruel dictadura de Juan Vicente Gómez. La cuadra en que vivíamos –Miguelacho a Misericordia– era un foco de conspiración antigomecista de inusitado vigor. Pared por medio con la nuestra estaba la casa de Beatriz Peña, reina de los estudiantes de 1928.

Con frecuencia se me incluye en la llamada Generación del 28 que impulsó el combate contra la tiranía. Pero la verdad es que yo tenía a la sazón sólo tres años y no pude jugar rol protagónico, pues no había llegado a la adolescencia. Mas eso no me impidió participar en la pelea contra el déspota. Era yo rebelde por instinto y formación.
(…)
Los sucesos de la Semana del Estudiante en febrero de 1928 marcaron tempranamente mi destino de revolucionario. Jóvito Villalba, Miguel Otero Silva, entre otros, fueron mis paradigmas en aquella época. El nombre de Gustavo Machado sonaba a menudo como símbolo del joven aristócrata que supo trocar su comodidad por la cárcel, el exilio y la acción guerrillera más tarde.

Me inicié en las manifestaciones antidictatoriales de aquel año transcendente durante el cual las masas populares, encabezadas por el estudiantado, entraron en acción por vez primera para enfrentar a los latifundistas que, con la ayuda de las empresas petroleras imperialistas, sostenían el régimen semifeudal.
(…)
Siguieron meses de gran agitación. Los estudiantes estaban ya en un campamento de trabajos forzados, situado en Araira –(Las Colonias)–, a 50 km de Caracas, abriendo una carretera por orden del jerarca. Menudeaban las conspiraciones: los preparativos para el levantamiento de Gabaldón y de la invasión jefeada por Delgado Chalbaud desde Europa, las incursiones de Arévalo Cedeño por los llanos y los prolegómenos de la aventura garibaldina de Gustavo Machado por Curazao.

Mi padre, José Antonio Gallegos Rivero, conspiraba en Caracas y Guatire, en conexión mal establecida con el general de Santo Cristo, Henrique González Gorrondona, Hernán Febres Cordero, Ramón León –padre del poeta Carlos Augusto–, en el plano militar Norberto “Cojo” Borges, Ramón Dorta “Piquijuye”, Trinidad Rojas y muchos otros que debían alzarse en Barlovento apenas Gabaldón diera la señal desde Santo Cristo.
(…)
La conspiración fue descubierta, mi padre encarcelado en la tenebrosa Rotunda junto con los demás. El pueblo de Guatire se sublevó, mató al jefe civil del Distrito y derribó estatuas, pero ya era tarde e inútil. La conjura antigomecista había fracasado.
(…)
A papá lo trasladaron luego al Castillo de Puerto Cabello –“Barco de Piedra”, según Andrés Eloy Blanco– y comenzó un nuevo periodo de vicisitudes para mi familia. Eran muy escasas las cartas familiares que permitían y mi tarea consistía en escribir entre líneas mensajes con tinta invisible, simple agua de arroz que aparecía con brillante color azul cuando se le pasaba un algodón empapado de tintura de yodo. Llegué a ser un hábil operador en la estratagema para eludir la censura.
(…)
Tuve también en aquel tiempo mi episodio carcelario. Papá se enfermó gravemente en la prisión. Hasta el punto de que le daban pocas semanas de vida. Así lo afirmó un honesto médico que visitaba de vez en vez la Fortaleza del Puerto. Y Gómez –el implacable con sus enemigos– extrañamente accedió a que fuese a pasar sus días postreros, aunque todavía preso, en el asilo de ancianos de la Beneficencia, regentado por monjas. Le asignaron un cuartico muy estrecho, casi un calabozo, en el hospital. Y a mí me admitieron como su acompañante y “enfermero”, por considerarme un niño inofensivo. Noches y más noches de angustia al lado de mi viejo.
(…)
Lo que vino lo he narrado en artículos y grabaciones, especialmente para el Suplemento Cultural de Últimas Noticias, estructuración clandestina de la FEV, proyecto para asaltar el Cuartel San Carlos de Caracas para distribuir las armas entre el pueblo. Muerte del tirano y, en lo que a mí respecta, mi integración al movimiento auténticamente revolucionario durante 1936 y mi ingreso al Partido Comunista en el que he militado hasta hoy.
Mi padre me mostró la senda de la cárcel y de la rebelión frente a la injusticia. Y ahora, a los 73 años de edad, tras una larga trayectoria política, puedo afirmar que aprendí la lección.
TOMADO DE: http://www.ciudadccs.info/

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