jueves, 24 de septiembre de 2015


Primer conflicto
Cuando Hugo Chávez aceptaba aquella compleja misión de mediar para la liberación de secuestrados en Colombia a finales de agosto del año 2007, sabía a qué y a quién se enfrentaba. 
En sus planes políticos siempre estuvo la desactivación del odio entre colombianos y venezolanos, odio estimulado históricamente, como sabemos, desde arriba. 
Pero esta vez la tarea resultaba más amplia y ambiciosa: desactivar los factores que habían hecho posible por más de medio siglo una dolorosa guerra fratricida entre el pueblo pobre colombiano. 
Aún cuando (como se demostró seis meses después) a la oligarquía vasalla de ese país le resultaba inconveniente. 
En su beneficio la promovió, la atizó y la fortaleció siempre. 
El viejo relato de los grandes dueños: la guerra como oxígeno para el control pleno.

Ya Álvaro Uribe ocupaba por séptimo año la silla presidencial de Nariño, tiempo suficiente para convencerse de que cualquier camino para la “resolución del conflicto” colombiano pasaba por el apoyo, la mediación y el aval de la nueva Venezuela con Chávez a la cabeza. 
Aunque siempre quedará la presunción de si todo aquello formaba parte de un plan para ubicar a Chávez en aguas turbulentas, vincularlo directamente con los ejércitos guerrilleros y endosarle algún suceso de bandera falsa para empujarlo hacia la indefensión internacional, nunca lo sabremos.

Lo que si sabemos es que sin mucho margen de maniobra militar para aquel entonces, Uribe cedía ante aquel complicado panorama: Chávez era oficialmente mediador. 
Esa mezcla de gran estadista y tipo sencillo que siempre ostentaba en las situaciones más adversas la dejó ver apenas pisó territorio colombiano en el inicio del cumplimiento de aquella tarea: “Muy feliz, como siempre de viajar a Colombia, un país que quiero tanto”, dijo.

Desde aquella decisión de ambos Estados (uno obligado, el otro consciente de su papel histórico) para trabajar juntos en la resolución de un conflicto de más de 50 años por otras vías, mucho ha cambiado. 
Sabemos parte de la historia: tras aquellas gestiones de Hugo Chávez efectivamente hubo liberaciones, Clara Rojas e Ingrid Betancourt los casos más emblemáticos. 
Meses después Uribe y Santos masacraron a todo el directorio de las Farc: Raúl Reyes, Iván Ríos, El Mono Jojoi y Alfonso Cano fueron dados de baja por el ejército. 
Mientras aún hoy se encuentran los dos bloques en La Habana negociando (con la ayuda incondicional de Venezuela) “la paz”.
Lo sabe hasta el perro: la dependencia colombiana de Venezuela no sólo es brutal, es total. 
Más allá incluso de los términos económicos como harto se ha dicho. 
Sin el amplio criterio político del Estado venezolano en los últimos años, Colombia no estaría hablando hoy de “paz” (siempre entre comillas), mucho menos habrían sido posibles las liberaciones de secuestrados ni el estatus beligerante de los movimientos guerrilleros de ese país. 
Por el contrario, del Estado colombiano Venezuela siempre ha tenido y tendrá que cuidarse. 
Esa es una realidad y no va a cambiar, al menos no en el corto plazo.

El Estado colombiano y su tarea regional
Desde la ascensión de Uribe al poder y el relevo que le hiciera su partner Juan Manuel Santos en el Estado colombiano, en llave táctica con sus patronos se propusieron tres grandes objetivos:

1.- Profundizar el control absoluto del territorio ocupado y explotado por multinacionales con técnicas brutales de terror, saqueo y masacre de su propia población. Esto mediante la falsa desmovilización de su ejército privado e irregular. Vendieron al mundo la supuesta entrega del paramilitarismo, uno de sus mayores aparatos operativos para ubicar sin mucha presión interna más de 40 mil hombres en territorio estratégico al servicio de las transnacionales o en la frontera con Venezuela con objetivos obvios de control social y desestabilización.

2.- La proyección de una falsa imagen de país modelo, desarrollado, estable y de bienestar que le permitiera un margen de maniobra interno para la aplicación de planes económicos propios en beneficio de las megaempresas transnacionales y sus dueños. Firmar sin resistencia el tratado de libre comercio con Estados Unidos y callar las débiles voces internas que se le opusieran.

3.- Desarrollar una estrategia efectiva de desestabilización, saboteo y confrontación con Venezuela para imponer la ingobernabilidad y desgastar los esfuerzos de la gestión del Gobierno venezolano y finalmente crear las condiciones para imponer la guerra tan buscada por sus verdaderos jefes: el 1%.
Aún hoy están en desarrollo esos objetivos. 
Es vital entender que hoy ningún factor es exclusivamente local, que ningún conflicto por mediano que parezca tiene carácter único o de simple problema interno, aún cuando sus matices beneficien o perjudiquen a actores de segunda.
 Probablemente nunca estuvo tan clara la guerra y los planes de la oligarquía global como ahora.

A 30 días del conflicto
El desarrollo de los últimos acontecimientos, detalladamente monitoreados por este medio, pueden darnos luces de las características del juego en curso. También de los resultados de cada movimiento político y diplomático en el ajedrez local y sus repercusiones en la política global.

La épica de la revolución depende en cierta medida de la valoración colectiva que le demos, que contemos, que escribamos sobre nuestras victorias. 
Para hablar exclusivamente de este último conflicto podemos encontrar pequeñas grandes batallas ganadas en distintos ámbitos y territorios.

En sólo un mes la narrativa de esa empresa de conserjería y administración de los intereses gringos llamada Estado Colombiano pasó de mostrarse ante el mundo como una pequeña Europa, como país moderno y en vías de desarrollo a aceptar que no pueden ni con Cúcuta y que por más que su aceitado aparato de propaganda haga malabares, en grandísima medida Colombia depende de Venezuela, según palabras de su tristemente célebre Canciller.

Lo adelantaba Jessica Dos Santos en una investigación hecha para Misión Verdad hace poco más de un año: “De los productos subsidiados por Venezuela vive un tercio de la población colombiana, es decir, más de 16 millones de personas, los 40 municipios del Norte de Santander que son cerca de 2 millones de habitantes más 800 mil del Departamento de La Guajira que son otros 15 municipios”.

Un balance muy superficial del cierre nos deja cifras impresionantes del resultado de esta impostergable decisión en la que Nicolás Maduro insiste en sostener. Sólo en el estado Zulia el cierre ha permitido contener la fuga diaria de 2 millones de litros de gasolina y se han recuperado ya 14 millones de litros de combustibles en apenas siete días. Por el paso fronterizo del Táchira se han decomisado 2 mil 500 toneladas de alimentos que antes iban a Colombia vía contrabando. Mientras que los delitos en ambos estados han disminuido en casi 60%. Todas cifras oficiales.

Quien atestigua el certero golpe dado a la oligarquía colombiana y a su ejército privado de ocupación realmente son sus patronos. 
Poco margen de maniobra tuvieron para el saboteo internacional y el desprestigio que intentaron fabricar a la Revolución hasta en sus propios organismos: Colombia fue a la OEA y perdió. Fue a la ONU y pasó desapercibida. 
Se negó a ir con Unasur pero luego se vio obligada a aceptar la mediación de esta entidad y de la Celac, otro mecanismo de integración diseñado por Hugo Chávez para la resolución soberana de los conflictos.

Pero hay otro balance, más incomodo, más triste y más miserable. 
Si sostenemos como única aspiración la “normalización” de nuestra economía (cuestión casi imposible que suceda) y la supresión de raíz de los factores que hacen posibles las enormes distorsiones de la moneda venezolana, estaríamos también aspirando conscientemente a dejar sin sustento, sin trabajo, a cientos de miles de colombianos pobres, que hasta hoy son obreros explotados de la manera más vil por las corporaciones que gobiernan Colombia y de los cuales ese Estado criminal jamás se ocupará. 
Habrá que prepararse más todavía para seguir recibiendo hermanos colombianos que sin duda alguna seguirán huyendo de su inevitable realidad. 
Otra consecuencia de la guerra.
El Estado colombiano, al igual que el mexicano, son cascarones vacíos. 
Están imposibilitados para la toma soberana de decisiones, principalmente porque sus cuadros operativos, altos dirigentes y todos sus políticos destacados son empleados de las corporaciones que los rigen. 
Por lo tanto, muy difícilmente pueda haber una relación bilateral de respeto, coexistencia y reconocimiento entre Colombia y Venezuela. Es poco probable que haya un cumplimiento cabal de los acuerdos de Quito que permita algún tipo de normalización en la frontera compartida.

No es para nada difícil prever un escenario de contraofensiva por parte del imperialismo contra Venezuela. 
Cada victoria política nuestra significa un intento nuevo por acabarnos. 
Quedan en el aire amargos episodios consecuencia de la guerra que insisten en imponernos. 
El caso de los capitanes de la Fuerza Aérea Venezolana caídos en la frontera en ejercicios de patrullaje y resguardo de la soberanía es un tema muy delicado y pendiente por analizar.
Valoremos las victorias, preparémonos para nuevas batallas.
 La guerra avanza y nosotros ya estamos marcados. 
Dependerá de la unidad de nuestras fuerzas y de la audacia de nuestro diseño político el sostén de esta posibilidad de ser otros, sin la guerra como lógica de vida.
Misión Verdad
TOMADO DE: http://www.psuv.org.ve/

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