viernes, 25 de septiembre de 2015

Por: Iván Padilla Bravo
Ilustración: Xulio Formoso
Es muy difícil olvidar al ministro de la defensa de aquel tristemente célebre presidente colombiano, de quien se conocía todo el oprobioso historial como capo del narcotráfico y cuyo prontuario está certificado por un nada socialista, izquierdista ni revolucionario organismo adscrito al Departamento de Estado de USA, conocido por sus siglas DEA.

Juan Manuel Santos, devenido en presidente de su país, quiso comenzar su gestión gubernamental siendo consecuente con lo que quiso vender (y vendió) en su campaña electoral. 
La imagen de un hombre bonachón e inteligente que jamás andaría con malas juntas como la de Álvaro Uribe Vélez y, mucho menos se le parecería en sus malos hábitos de terrorista, jefe paramilitar y narcotraficante, capaz de crear un paraEstado, lo suficientemente fuerte como para sostener al Estado capitalista y su asiento colombiano, sin tener que implicar en sus desmanes, persecuciones, crímenes en general y asesinatos, a las estructuras formales del Estado constituido.

Tanto Uribe como Santos, artífices de una misma estrategia para gobernar que asegura la defensa de los intereses del gran capital y del imperio estadounidense, aún en detrimento del propio pueblo de su país, nunca han dejado de estar tan cerca en el desarrollo y aplicación de las estrategias imperiales de exterminio.

Juntos han contribuido a convertir en permanente la guerra civil que se vive al interior de Colombia, disfrazada de “combate contra la guerrilla castrocomunista”. 
La guerra de los gobernantes colombianos en contra de los fantasmas a los que se enfrentan como elementos distraccionistas para auxiliar -cual lacayos- al imperio yanqui, ha servido para sembrar de fosas comunes, de desaparecidos, torturados, encarcelados y muertos a calles y campos del hermano país, pero jamás para corregir nada en beneficio de su pueblo.

En ese mismo cuadro, el presidente Juan Manuel Santos acude a la cita de Quito, junto al presidente venezolano, el camarada Nicolás Maduro y los mediadores, Tabaré Vásquez, de Uruguay y Rafael Correa del anfitrión Ecuador. Llegó a la capital ecuatoriana predicando que allí estaba para “defender los Derechos Humanos de los colombianos, los cuales les han sido violados por el gobierno venezolano”.

Santos indicó ante la mediática internacional su repetitiva pauta sin fundamentos, creada para desprestigiar y exponer a Venezuela ante el mundo, como país violador de los DDHH. Confiaba también en lograr persuadir al Presidente obrero de la “importancia de abrir las fronteras”. La frustración no tardaría en aflorarle con marchita cicatriz en su rostro, al no lograr sus objetivos.
El final del encuentro -sin dudas- no le satisfizo. 
Posó para las cámaras como un vencido y no logró levantar un discurso convincente. 
Quizás por ello, desde el Pentágono se alborotó de inmediato a la marioneta instalada en la casa de gobierno de Guyana, donde el presidente David Granger la emprendió de nuevo contra Venezuela, denunciando frescas agresiones militares desde este país.

En fin, todo un cuadro de componendas que tienen el mismo y único objetivo de esmantelar a la Revolución Bolivariana y Chavista, deponer al presidente Nicolás Maduro e impedir el avance soberano de los pueblos que luchan por su independencia.

Otra cosa es cierta. En las prácticas santanderistas, terroristas, desestabilizadoras y proimperialistas, en contra de Venezuela, el presidente Santos no ha resultado ser tan santo.

TOMADO DE: http://www.psuv.org.ve/

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