lunes, 13 de abril de 2015

(anti)PERFIL
Carmona Estanga: Te quisieron, Pedro


CARMONA
DEL SEÑOR ATILDADO Y ENCORBATADO SALIÓ EL MISMO DEMONIO FASCISTA QUE OTROS NO ESCONDEN TANTO. SU IMAGEN EN LA AUTOJURAMENTACIÓN ES LA POSTAL DE UNO DE LOS MOMENTOS MÁS RUINES DE NUESTRA HISTORIA CONTEMPORÁNEA. ESE DÍA, LOS OPOSITORES LO ADORARON, PERO EL AMOR FUE TAN BREVE COMO EL GOBIERNO DE FACTO QUE PRETENDIÓ INSTAURAR EN ABRIL DE 2002
Pedro Carmona Estanga es una prueba fehaciente de que, a la hora de las chiquitas, todos en la derecha —hasta los que presumen de demócratas y moderados— tienen un Pinochet por dentro.

Para el momento cumbre de su trayectoria pública este dirigente empresarial tenía 60 años de edad y lucía como un típico señor de cierta posición social, siempre de traje y corbata, siempre muy formal en sus declaraciones, siempre hablando de democracia, paz y concordia. Pero cuando se le presentó la oportunidad no tuvo empacho en ser el cabecilla de un golpe de Estado que, en lo poco que duró, significó el desconocimiento no solo de un gobierno legítimamente electo y reelecto, sino también de una Constitución validada por un referendo popular.

Detrás de su aspecto atildado estaba el mismo demonio que ya había aflorado en sujetos más frontales: el fascismo concentrado que se disponía a extirpar a Chávez del corazón del pueblo, de raíz y al precio que eso costase.

Lo que pudo haber hecho Carmona si su írrito gobierno hubiese sobrevivido más de 47 horas, quedará en el campo de las especulaciones, pero el “demo” que supuso el decreto de tierra arrasada leído en medio de histéricas aclamaciones el 12 de abril de 2002 es más que suficiente para calcular lo que venía. Y si aquella ristra de “considerandos” no fuese suficiente para convencer a alguien, pues convendrá recordar las persecuciones de dirigentes revolucionarios en aquellas horas abyectas de la historia contemporánea. “Los tenemos ploteados”, dijo el arrogante militar que iba a fungir de jefe de la represión.

Carmona, nacido en Barquisimeto, economista graduado en la Universidad Católica Andrés Bello y con posgrado en Bélgica, en ese breve y frenético acto —en un salón Ayacucho desvestido de Bolívar— lució como un pequeño emperador, sonriendo con aires de Mona Lisa cada vez que la voz de Daniel Romero (el pretendido procurador general) defenestraba a un poder público nacional o regional. Había vivido el apogeo de su vida cuando levantó la mano (la derecha, faltaría más) y se juramentó a sí mismo, en un gesto que retrataba la absoluta arbitrariedad de aquella jugada; un gesto que dejó con la boca abierta, incluso, a más de un simpatizante del derrocamiento del presidente constitucional, Hugo Chávez, sobre todo los que se habían tragado el cuento de que era una lucha por la democracia.

Fue esa una postal del ruin episodio. Compitiéndole en impacto gráfico quedó otra fotografía, en la que Carmona aparece custodiado por un rambo, portador de un arma gigante (un lanzagranadas de última generación, según dijeron los conocedores del tema). El guardaespaldas, Marcelo Sanabria, era funcionario de la embajada de Estados Unidos en Caracas. !Calcule usted¡.

Luego de que pueblo y Fuerza Armada echaran a los golpistas de Miraflores vino lo de costumbre: victimizarse, declararse perseguidos, solicitar derechos que ellos mismos habían abolido. Respetuosa de la dignidad humana, la Revolución permitió que se le diera casa por cárcel al fallido dictadorzuelo, lo que aprovechó para fugarse y pedir asilo al gobierno colombiano. Desde entonces está radicado en la vecina república, fungiendo de gran profesor y contando siempre su versión de los hechos, la que no discrepa únicamente de la del chavismo sino también de la de varios de sus compañeros en la aventura golpista, quienes en su mayoría lo desprecian por haber desperdiciado la mejor oportunidad que la reacción ha tenido en tres lustros.

Cabe imaginarlo revisando una y otra vez los trepidantes sucesos del 11, 12 y 13 de abril, pensando en todo lo que pudo haber sido y no fue. No es descabellado suponer que todos los días recuerda aquella tarde de apoteosis, cuando hasta le gritaron —como si fuera un cantante famoso—
“¡Te queremos, Pedro!”.
POR CLODOVALDO HERNÁNDEZ /ILUSTRACIÓN ALFREDO RAJOY
TOMADO DE: http://www.ciudadccs.info/

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