miércoles, 22 de abril de 2015

Los invisibles pierden a su cronista

Galeano, consternación

Me aburre pensar en la muerte, y sospecho que más aburrido será ser el centro de la fiesta fúnebre

Los indígenas, está visto, sólo son un problema para quienes les niegan el derecho de ser lo que son

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Eduardo GaleanoFoto Xinhua

por Ericka Montaño Garfias
Periódico La Jornada
Martes 14 de abril de 2015, p. 2
El periodista, narrador, ensayista, activista social y colaborador de La Jornada Eduardo Galeano falleció ayer a los 74 años en un hospital de Montevideo, Uruguay, a consecuencia del cáncer de pulmón que padecía desde 2007. Llevaba una semana hospitalizado en estado grave.
Sus restos fueron velados en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, lugar donde se realizan los actos más solemnes de ese país.
Este martes será despedido masivamente con altos honores oficiales, informó el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay.
Su última aparición pública fue a finales de febrero, para recibir al presidente de Bolivia, Evo Morales, quien visitó Montevideo con motivo del cambio de mando entre José Mujica y el ahora presidente Tabaré Vázquez.
En las fotos, Galeano lució delgado y sonriente al recibir El libro del mar, donde Morales expone sus argumentos para exigir una salida de Bolivia al mar.
En un correo electrónico enviado a esta reportera y fechado el 7 de abril de 2014, Galeano escribió:
“la muerte acude aunque nadie le llame.
no le hagas caso.
ni siquiera escuches su silencio: sería un homenaje que ella no merece.
me aburre pensar en la muerte, y sospecho que más aburrido será ser el centro de la fiesta fúnebre, mintiendo lo mucho que me duele abandonar este valle de lágrimas”.
Eran recientes los decesos de Juan Gelman y José Emilio Pacheco. Gabriel García Márquez estaba hospitalizado y falleció 10 días después. Así que el tema de la muerte estuvo presente en el intercambio epistolar.
Diálogo, muchas veces telegráfico, que comenzó después de la entrevista que se publicó en estas páginas el 26 de octubre de 2012, pocos días después de recibir el Premio Amalia Solórzano de Cárdenas, y unos días antes de la presentación de su libro Los hijos de los días (Siglo XXI Editores) en la Sala Nezahualcóyotl, donde convocó a miles de jóvenes y adultos. En esa visita también clausuró la asamblea del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.
Fueron sus últimas apariciones públicas en México.
En ambos casos, cientos de personas tuvieron que escucharlo y verlo en las pantallas colocadas afuera de la sala y el auditorio. En sus presentaciones los asientos siempre eran insuficientes.
Eduardo Galeano nació en Montevideo, Uruguay, el 3 de septiembre de 1940. En uno de los correos electrónicos mencionados escribió que él no cumplía años, cumplía instantes, que son mucho más largos que los años, porque perduran cuando renacen de tus adentros. No alcanzó a cumplir los 75 años/instantes.
El nombre completo de este hombre de ojos azules fue Eduardo Germán María Hughes Galeano, y sus padres fueron Eduardo Hugues Roosen y Licia Esther Galeano Muñoz. A los 13 años publicó caricaturas para el diario uruguayo El Sol, y comenzó así el ejercicio de sus múltiples oficios: obrero, recaudador, mensajero, mecanógrafo, cajero de banco, editor, periodista, escritor, pero sobre todo, y como él se definía, escuchador.
Fue uno de los exiliados durante la dictadura. Primero fue encarcelado en Uruguay y de ahí salió con rumbo a Argentina, pero su nombre fue incluido entre los condenados por la dictadura de Rafael Videla en 1976. En ese periodo escribió Días y noches de amor y de guerra, publicado en 1978.
Con la dictadura tras de él, tuvo que abandonar América con destino a España. Fue en Cataluña donde escribió la trilogía Memoria del fuego, integrada por Los nacimientosLas caras y las máscaras y El siglo del viento. Ya en 1971 había publicado su libro Las venas abiertas de América Latina, que prohibieron los regímenes de facto de Uruguay, Argentina y Chile.
Ideólogo de la izquierda, pero también crítico, hizo de las causas sociales su bandera. Luchó por los jóvenes, la ecología, los indígenas, los trabajadores, las mujeres y la legalización de las drogas, y en contra de los narcoestados y el neoliberalismo. En medio de todo ello, una de sus pasiones: el futbol, que llevó a varios de sus artículos periodísticos y al libro Futbol a sol y a sombra.
No se guardó las historias que iba escuchando y escribiendo en sus libretitas; las convirtió en libros de imposible clasificación: son crónicas, poemas, prosa, ensayos. Decía que la memoria era una especie en peligro de extinción, y ahora en lugar de recordar más, recordamos menos.
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El escritor Eduardo Galeano no cumplía años, sino instantes, ya que, según dijo, son mucho más largos que los años, porque perduran cuando renacen de tus adentros. La imagen, en Montevideo, el 13 de abril de 2013Foto Xinhua
Reconstruía las memorias comunes de los indignados del mundo. Era un cuentacuentos que absorbía todas las pequeñas historias y las trasladaba primero a sus libretitas, de las que salieron muchos de sus textos publicados en distintas editoriales, entre ellas El chanchito ediciones, sello que él fundó, al igual que el semanario Brecha, que inició a su regreso a Uruguay en 1985. Hablando de publicaciones periódicas, entre sus oficios también fue editor del mítico semanario Marcha y del diario Época.
Entre su nacimiento y su muerte hay miles de palabras en decenas de libros y artículos, dichas en múltiples discursos, retomadas por cientos de miles de jóvenes y adultos, hombres y mujeres inconformes con los gobiernos a todo lo largo y ancho de este planeta, en todas las entrevistas concedidas, en todas esas frases que rondan en Internet, en todos los artículos que publicó en La Jornada, su casa, y en todos los sueños que compartió para hacer de éste un mundo menos peor.
Entre su nacimiento y su muerte están su primer libro, Los días siguientes, y Mujeres, una antología que acaba de publicar en España Siglo XXI Editores y del cual presentamos un adelanto en estas páginas. Entre esos dos habitan Las venas abiertas de América Latina, libro que el entonces presidente venezolano Hugo Chávez regaló a su homólogo estadunidense Barack Obama durante la quinta Cumbre de las Américas, en abril de 2009.
Galeano decía: esa fue una broma; si hubiera querido que lo leyera, se lo habría dado en español.
Hace unos días el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, dio a conocer que había recibido la firma de Galeano contra el decreto por el que Obama calificó al país sudamericano de amenaza. En México, uno de sus últimos textos publicado por La Jornada fueLeo y comparto, dedicado a los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos.
“Los huérfanos de la tragedia de Ayotzinapa no están solos en la porfiada búsqueda de sus queridos perdidos en el caos de los basurales incendiados y las fosas cargadas de restos humanos.
Los acompañan las voces solidarias y su cálida presencia en todo el mapa de México y más allá, incluyendo las canchas de futbol, donde hay jugadores que festejan sus goles dibujando con los dedos, en el aire, la cifra 43, que rinde homenaje a los desaparecidos.
Siempre del lado de los pobres, de los indignados, su activismo social y compromiso con los desprotegidos lo llevó a Chiapas a conocer de cerca al Ejército Zapatista de Liberación Nacional –mantuvo un intercambio epistolar con el subcomandante Marcos, ahora Galeano–, y vertió lo vivido en ese estado del sureste mexicano en diversos artículos, por ejemplo, en Una marcha universal, publicado por este diario el 10 de marzo de 2001, donde escribió:
“Año 1914, año 2001: Emiliano Zapata era en el DF por segunda vez. Esta segunda vez viene desde La Realidad, para cambiar la realidad: desde la selva Lacandona llega para que se profundice el cambio de la realidad de todo México.
“Desde que emergieron a la luz pública, los zapatistas de Chiapas están cambiando la realidad del país entero. Gracias a ellos y a la energía creadora que han desencadenado, ya ni lo que era es como era.
Los que hablan del problema indígena tendrán que empezar a reconocer la solución indígena. Al fin y al cabo, la respuesta zapatista a cinco siglos de enmascaramiento, el desafío de estas máscaras que desenmascaran, está despegando el espléndido arcoiris que México contiene y está devolviendo la esperanza a los condenados a espera perpetua. Los indígenas, está visto, sólo son un problema para quienes les niegan el derecho de ser lo que son, y así niegan la pluralidad nacional y niegan el derecho de los mexicanos a ser plenamente mexicanos sin las mutilaciones impuestas por la tradición racista, que enaniza el alma y corta las piernas.
Eduardo Galeano es recuerdo de esas cosas que el poder –político y económico– quiere que se olviden.
Galeano, eres memoria.

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Los invisibles pierden a su cronista

Eduardo Galeano: los inmoribles

por Stella Calloni

La Jornada

Dicen que Eduardo Galeano ha muerto hoy y parece imposible aceptarlo, porque si hay un escritor viviente en América Latina es precisamente él, que hizo de la palabra el mayor juego de la imaginación para la vida.
Cuando un día en Montevideo me regaló su libro Las palabras andantes, editado –como todos en su primera edición en la editorial El Chanchito, que creó en su país–, sentí y se lo dije que era un trabajo embarazado de magias. En un párrafo de ese libro leemos la más acabada definición que uno podría hacer de él mismo: Por favor, se lo ruego, no me ofenda usted preguntando si esta historia ocurrió. Yo se la estoy ofreciendo para que usted haga que ocurra. No le pido que describa la lluvia aquella noche de la visitación del arcángel: le exijo que se moje. Decídase señor escritor, y por una vez al menos sea usted la flor que huele en vez de ser el cronista que aroma. Poca gracia tiene escribir lo que se vive. El desafío está en vivir lo que se escribe.
Galeano había aceptado largamente ese desafío y por esa razón era posible entrar con él en todos los laberintos de este continente nuestro y mojarnos con las lluvias y temblar en los huracanes, y bailar cuando la realidad circundante quería instalarnos la cultura de la muerte. Y podíamos hablar de los temas más candentes que nos rodean, y en cómo millones de seres ignorados resisten simplemente por magias sueltas de la vida.
Los temas que eligió son variados y los leemos como quien bebe un agua fresca que sale de una cascada en medio de la selva. Los leemos con sed, porque como el agua nos calma y curiosamente nos abriga. Era conmovedora la ternura que aparecía en su mirada cuando hablaba de los países de América Latina, de Bolivia, de Guatemala, de Nicaragua, donde en otros momentos compartimos un viaje inolvidable a la Costa Atlántica en que sucedieron una infinidad de situaciones que superaban toda ficción o cuando pudo mirar viendo la realidad de lo que significaba el presidente Hugo Chávez para su país y la decepción que lo golpeó al ver viejos amigos socialistas que en su momento fueron figuras políticas de la izquierda venezolana, llegando a una cita en un hotel de Caracas, en lujosos carros de los grandes empresarios a los que defendían. Algo incomprensible para un escritor como Galeano que además –y fui testigo de esto– se los dijo abiertamente.
En una de las varias entrevistas que pude hacerle en el periodo del aparente esplendor neoliberal y de la globalización en nuestro continente, advertía que nunca el mundo había sido tan desigual. “Es una paradoja terrible que retrata el fin del siglo (XX) de no muy amable manera, donde se nos obliga a pensar todos iguales, a vestir todos iguales, a comer las mismas cosas. Incluso se ha ocupado el lugar de las comidas locales. Yo creo que hay que estar a favor de la autodeterminación en las comidas, como en todo, porque las comidas locales son una de las energías culturales más poderosas que los países contienen (…) nunca los pobres fueron tan pobres y nunca los naúfragos quedaron tan abandonados. Nunca habíamos visto esta homogeneización atroz que tiene por protagonista principal a la televisión. La gran uniformadora de costumbres es la televisión que nos lleva a no pensar con nuestra propia cabeza, a no sentir y nos hace incapaces de caminar con nuestras propias piernas. No estoy confundiendo el cuchillo con el asesino, la televisión es un instrumento, pero, tal como funciona y al servicio de quien funciona, cumple ese papel”.
Tan transparente era en su escritura como cuando hablaba ante públicos diversos condenando la hipocresía que era establecer la uniformidad en nombre de la diversidad. Y en ese mismo contexto señalaba que en nombre de la lucha contra el dogmatismo se instalaba la paradoja de imponer el peor de los dogmatismos, que es el dogmatismo de mercado. “Ahora hay como una onda universal de lucha contra los fundamentalismos con la que se justifican los gastos en armamentos, cuando se han quedado sin enemigos… Ya no hay enemigo a la vista y se fabrican nuevos: el más poderoso es el fundamentalismo islámico, pero no dicen que, aún más poderoso, es el fundamentalismo de los tecnócratas del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, que imponen una receta económica obligatoria a los países del sur, dentro de los límites estrechísimos de lo que es la idolatría del mercado. Una concepción de la economía y de la vida que coloca a las mercancías por encima de las personas, confunde calidad de vida con cantidad de cosas y niega todos los valores a lo que no tiene precio, en un mundo donde –al decir del poeta Machado– cualquier necio confunde valor y precio”.

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Eduardo Galeano, al finalizar una lectura de su libro Los Hijos de los días, en las instalaciones de la sala Nezahualcóyotl en noviembre de 2012Foto Carlos Ramos Mamahua
Sobre los aspectos perversos de un sistema que como él mismo analizaba asalta y roba las palabras pensaba que todo esto lleva a valorar el sentido que tiene la aventura de escribir, “devolver a las palabras el sentido que han perdido, manipuladas como están por un sistema que las usa para negarlas. Hay una lección que el mundo ignora y que nos han dado a todos, los indios guaraníes a la hora en que crearon su lenguaje. En su idioma guaraní, palabra y alma se dicen igual. Hay una voz “ñ’e”, donde dicen que palabra y alma son lo mismo. Y en este sistema des-almado que ha logrado la casi unanimidad universal en nombre de la lucha contra el materialismo –que es el más materialista de los sistemas que la humanidad haya conocido– la palabra ha estado y sigue estando manipulada con propósitos comerciales o de engaño político. Su uso y abuso traiciona al alma. O sea, que esta identidad entre la palabra y el alma se rompe todos los días, sufre traiciones”.
Galeano siempre tenía respuestas y aunque su libro Las venas abiertas de América Latina era el más conocido en el mundo, admitía que cada escritor escribe en realidad un solo libro y lo va cambiando, renovando, reviviendo al mismo tiempo que la vida vive y el escritor continúa escribiendo. Le pregunté precisamente qué era para él Las palabras andantes, un libro de una textura tan poética.
Yo creo que ese libro es un disparate que proviene de la imaginación colectiva. Muchos de los relatos los recogí en los caminos que anduve por América, y otros son producto de la imaginación. Pero tanto en un caso como en el otro, yo creo que lo que el libro expresa es una porfiada fe del autor en un hecho humano fundamental, que es el derecho de soñar y que no está en la Carta de las Naciones Unidas de 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hay tantos derechos, pero entre ellos no figura el derecho de soñar, que es un derecho fundamental, sin el cual la pobre esperanza se moriría de hambre. Si el sueño no nos permitiera anticipar un mundo diferente, si la fantasía no hiciera posible esta capacidad un poco milagrosa que el bicho humano tiene de clavar los ojos más allá de la infamia, ¿qué podríamos creer?, ¿qué podríamos esperar?, ¿qué podríamos amar? Porque, en el fondo, uno ama al mundo a partir de la certeza de que este mundo, triste mundo convertido a veces en campo de concentración, contiene otro mundo posible. Ese mundo posible que hoy estamos viendo asomar en América Latina.
Tomo sus palabras andantes: Siento que somos gotas de alguno de los tantos ríos que sobreviven a la constante destrucción de la mano del hombre, que insiste en destruir el paraíso donde puede vivir. Somos como un viento que no muere cuando la vida se acaba. Y por eso no creo en otra inmortalidad más que esa, porque estoy seguro que uno sobrevive en la memoria y en los actos de los demás.

TOMADO DE: http://noticiasuruguayas.blogspot.com/

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