viernes, 7 de abril de 2017

El derecho al caos

"¡Malditos! Esta mierda es por ustedes que no piensan. ¡Asesinos! ¡Arrastrados, lambepisos, sucios! ¡Parásitos cobardes! ¡Parásitos, eso es lo que ustedes quieren! ¡Ustedes comen por nosotros, sucios, por nosotros es que viven ahí, porque pagamos impuestos en esta mierda, sucios! ¡Ratas! ¡Esos son los hijos de la Patria de Chávez, desgraciados…!".
Así gritaba un grupo de mujeres, manifestantes pacíficas según Almagro y la mediática corporativa, a los habitantes de los edificios de la Misión Vivienda en la avenida Libertador de Caracas. Esos edificios que tanta roncha han sacado, porque quedan en una zona que no es para monos, niches, patenensuelos. 
"Esa gente que nos va a llenar de malandros nuestra urbanización… de malandros y de malas costumbres, de reguetón a todo volumen y ropa secándose en las ventanas, Dios santísimo, y ni hablar de que esa gente trae uno no sabe qué infecciones y enfermedades…". Y no bajaron a medio matar a esa mujeres furibundas los colectivos que viven en esas guaridas de la Misión Maqueta. 
Nadie las metió presas pero ellas, presas del odio, siguieron libremente su marcha contra esta dictadura.
Más allá, unos muchachos que ni siquiera imaginan lo que es un peinillazo insultaban desgañitados a los efectivos de la GBN: "Hijos de puta, asesinos, desgraciados, esbirros, todos la van a pagar, no va a quedar ni uno de ustedes, desgraciados, mamagüebos". Esto acompañado de piedras, palos, patadas, hasta unos martillazos que los guardias esquivaban con estoicismo, bajo el comando del General Savarce quien, megáfono en mano, parecía un predicador dominical, llamando a la calma, a la paz, a la cordura. "¡El coñísimo de tu madre, maldito!", fue una de las pacíficas respuesta que le lanzó algún manifestante oprimido y sin libertad de expresión. Después de la sesión de insultos, amenazas y pedradas, el grupito desatado dio un vuelco bipolar y entonó un cántico de locos: "Guardia, escucha, únete a la lucha". Como si los guardias fueran pendejos, como si fueran suicidas. Entonces entró en escena Ismael García, diputado opositor electo en plena dictadura, con su característico discurso conciliador: "Ustedes son gente como nosotros… ¡Ustedes son una parranda de mamagüebos, chico! Tú, tú y tú -dice manoteándolos-. ¡Tú eres una plasta de mierda, vale! ¡Cabeza de güebo, malandro, tú eres un malandro, güebón!". Mientras el General Zavarce insistía con su tono represivo dictatorial: "Ismael García, controle a su gente". Tan amable es Zavarce que hasta le atribuyó a Ismael un liderazgo que no tiene.
Help! Help us Almagro!
Frente a otra fila de guardias, una flaca posaba para la foto de Miss Guarimba: toda sonrisas, con una piernita hacia adelante posada sobre la punta del pie, brazos extendidos de lado y lado, como una ayudante de mago. ¡Tarán, aquí estoy yo! Y la guardia presenciaba impasible cómo el mismo fotógrafo que le hizo la foto fashion, la dirigía para sacarle la foto de verdad verdad, la de la cara al borde del llanto, la frente tensa, el puchero; la que mostraría al mundo el sufrimiento de la juventud oprimida por esta cruel dictadura; la que publicó después Freddy Guevara en su Instagram con una promesa de libertad. Almagro, help!
Había por lo menos tres fotógrafos por cada tirapiedras buscando congelar un momento para armar esa historieta del pueblo reprimido que sus jefes les exigen. Miles de periodistas en la calles de Caracas, armados con sus cámaras, vestidos de reporteros de guerra en un país en paz. 
Y en paz hacen su propaganda de guerra, tranquilamente, impunemente, en pleno corazón de esta dictadura donde no hay libertad de expresión.
"¡Ni un muerto, maldita sea!", piensan, al final de la jornada, Nitu y su socio, un tal Aristeguieta, que esperan capitalizar sobre un reguero de sangre. 
Ellos y todos los que empujan para que esas locas que escupían su odio a las ventanas de la Misión Vivienda, esos jóvenes sospechosamente acelerados que lanzaban patadas, insultos y piedras, esa gafa que se tomaba fotos fashion, lleguen al centro de Caracas y que ya nada los separe del objeto de su odio: el pueblo chavista.
Allá en el centro sería la escena ensangrentada, así está en su guión. 
Allá, cuando el joven acelerado le tire una piedra a los compañeros de la esquina caliente, y las locas insulten en la cara a cualquiera que les parezca un "sucio, parásito lambepisos", y se colme esta paciencia que tiene 18 años aguantando, y se larguen las manos primero, y las patadas después, y que Dios nos agarre confesados porque el reguero de sangre empezaría en el centro, sí, pero en segundos cubriría al país entero. 
Y hay que decirlo, amiguis, el país entero incluye Las Mercedes, Altamira, El Cafetal, Alto Prado… porque hay gente que cree, equivocadamente, que el este del este es otro país, y que pueden invocar un infierno para Venezuela, sin que a ellos se les queme ni un pelito.
Pero el infierno no llega. Mientras los medios corporativos y sus voceros institucionales intentan pintarle al mundo un país convulsionado por la represión violenta de una dictadura que desprecia la vida, con unos piquetes de GNB aguantando insultos, golpes y pedradas como ningún cuerpo de seguridad del mundo lo haría, esa misma dictadura chavista malvada -valga la redundancia- garantiza la paz, no solo de los chavistas sino la paz de todos, hasta la de esos opositores que se dejan arrear al desastre y que, coartado su derecho al caos, regresan a sus casas, enteritos, sin una sola manchita de sangre, a tuitear las fotos de su aventura libertaria y todos los insultos que les quedaron por decir.
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